Entonces respondió Job a Jehová, y dijo: He aquí que yo soy vil; ¿qué te responderé? Mi mano pongo sobre mi boca. Una vez hablé, mas no responderé; aun dos veces, mas no volveré a hablar.
Job había sido llevado a despojarse completamente de sí mismo delante de Dios; había tenido que humillarse y confiar completamente en Dios. La humillación y el despojo de uno mismo podrían conducir a la desesperación si el corazón no se entrega por completo en manos de Dios, con total confianza y dependencia en él.
Esto es muy importante en relación con nuestra vida práctica. Tomemos por ejemplo el principio de separación, el cual es fundamental para la verdadera santidad. ¿Qué valor tiene la separación si esta no surge de la comunión con Dios? Es peligroso cuando las personas insisten en la separación del mal sin depender del único poder divino. Sin esa fuente y motor de gracia, la separación no solo se vuelve hueca, sino realmente repulsiva. Aquellos que siguen un principio seco se convierten en simples fariseos en lugar de dar testimonio de Cristo, “el Santo, el Verdadero” (Ap. 3:7). Por lo tanto, si bien es bueno que mostremos las «hojas» verdes del testimonio exterior, es de suma importancia que nos aferremos a la raíz, que es la única que nos provee de la savia divina y la verdadera esencia de las cosas.
En el caso de Job, lo que queda de manifiesto es su propia maldad, pero también su confianza en Dios. Podemos estar seguros de que esta confianza en Dios fue la que lo hizo sentir y reconocer su propia maldad. Por lo tanto, la gracia de Dios es el poder divino para este descubrimiento y para la verdadera separación.
W. Kelly
J. N. Darby