Cuando llegó la noche de aquel mismo día, el primero de la semana, estando las puertas cerradas en el lugar donde los discípulos estaban reunidos… vino Jesús, y puesto en medio, les dijo: Paz a vosotros. Y cuando les hubo dicho esto, les mostró las manos y el costado. Y los discípulos se regocijaron viendo al Señor. Entonces Jesús les dijo otra vez: Paz a vosotros.
El día de la resurrección, el primero de la semana, mientras los discípulos estaban reunidos, Jesús se puso en medio de ellos repentinamente. ¡No había puertas ni cerraduras que pudieran detener al cuerpo glorificado del Resucitado! Entonces, Jesús les dijo: “Paz a vosotros”. Y para que comprendieran por qué ahora podían tener paz, paz con Dios, les mostró sus manos horadadas por los clavos y su costado traspasado por una lanza. Esta es el fundamento de la paz con Dios: “Haciendo la paz mediante la sangre de su cruz” (Col. 1:20).
Dios dijo en Génesis 6:3: “No contenderá mi espíritu con el hombre para siempre”. El hombre no puede estar en paz con Dios mientras exista algo dentro de él que se oponga a la santidad y la justicia de Dios, o incluso a todo lo que proviene de Dios. Sin embargo, en la cruz, el Hombre Cristo Jesús cargó sobre sí los pecados de todos los que creen en él y glorificó a Dios extraordinariamente. A través de la obra del Señor Jesús, se han revelado de manera gloriosa el amor, la gracia, la justicia, la santidad y todos los atributos divinos. Dios ha sido glorificado en Jesús y se ha complacido en él.
Todos los que creen en Cristo son vistos como uno con él, de manera que estamos unidos al Hombre glorificado en el cielo. La complacencia que Dios tiene en el Hijo, basada en su obra en la cruz, también se extiende a aquellos que están unidos a él. ¡Tenemos paz con Dios!
H. L. Heijkoop
S. E. McNair