Echa tu pan sobre las aguas; porque después de muchos días lo hallarás. Reparte a siete, y aun a ocho; porque no sabes el mal que vendrá sobre la tierra. Si las nubes fueren llenas de agua, sobre la tierra la derramarán; y si el árbol cayere al sur, o al norte, en el lugar que el árbol cayere, allí quedará.
La verdad es que nunca volveremos a encontrar nuestro pan si lo echamos literalmente sobre las aguas. De la misma forma, parecería igual de inútil predicar el Evangelio de la gracia de Dios, el pan de vida, a un mundo que es como las aguas agitadas del mar. Pero no es inútil. En 1 Corintios 15:58 leemos: “Así que, hermanos míos amados, estad firmes y constantes, creciendo en la obra del Señor siempre, sabiendo que vuestro trabajo en el Señor no es en vano”. Si presentamos fielmente el Evangelio a las almas, aunque no veamos resultados durante toda nuestra vida, ciertamente habrá resultados, porque fiel es el que prometió: “Así será mi palabra que sale de mi boca; no volverá a mí vacía” (Is. 55:11).
Por eso se dice: “Reparte a siete, y aun a ocho”. Siete es un número completo, y ocho es más de lo suficiente, lo que sobreabunda. Esto nos dice que debemos ser diligentes en la obra del Señor, no solo por un sentido del deber, sino con la disposición del amor. Tal amor está implícito en estas palabras: “Si las nubes fueren llenas de agua, sobre la tierra la derramarán”. Si nuestros corazones están llenos de Cristo, entonces no podemos evitar bendecir a otros compartiendo su amor y su maravilloso plan de salvación.
El pasaje de hoy finaliza diciendo: “Si el árbol cayere al sur, o al norte, en el lugar que el árbol cayere, allí quedará”. Tarde o temprano, todos los seres humanos serán derribados por la muerte. Por eso necesitan el Evangelio antes de que llegue ese momento. Caerán en una u otra dirección, y su destino final será el cielo o el infierno. “Conociendo, pues, el temor del Señor, persuadimos a los hombres” (2 Co. 5:11).
L. M. Grant