Deléitate asimismo en Jehová, y él te concederá las peticiones de tu corazón.
Dios tiene su contentamiento en Cristo, y nuestra aspiración constante debería ser presentar a Dios aquello en lo que él tiene su contentamiento. Cristo debería ser siempre el objeto de nuestro culto, y lo será en la proporción en que seamos guiados por el Espíritu de Dios.
¡Cuántas veces sucede todo lo contrario, lamentablemente! Ya sea en el culto público o en lo particular, muy a menudo el tono es débil y el espíritu triste y pesado, ya que nos ocupamos de nosotros en vez de ocuparnos de Cristo. Entonces el Espíritu Santo, en lugar de cumplir su obra comunicándonos las cosas de Cristo, se ve obligado a dirigir nuestra atención a nosotros mismos para que nos juzguemos, porque nuestra conducta no ha sido correcta.
Todo esto debe ser lamentado y reclama nuestra atención, ya sea en cuanto a nuestras reuniones públicas o en cuanto a nuestra devoción privada. ¿Por qué el tono de nuestras reuniones frecuentemente es tan lánguido y débil? ¿Por qué los himnos y las oraciones no son lo que deberían ser? ¿Por qué hay entre nosotros tan pocas cosas de las que Dios pueda decir: “Mi ofrenda, mi pan con mis ofrendas encendidas, en olor grato a mí”? Porque al estar ocupados en nosotros mismos, en nuestras necesidades, en nuestras dificultades, somos incapaces de ofrecer a Dios el pan de su sacrificio. En realidad, le robamos lo que le corresponde y lo que su corazón desea (Mal. 1:6-14).
Deberíamos procurar mantenernos en un estado del alma que nos hiciera capaces de ofrecer a Dios lo que a él le agradó llamar “mi pan”.
Ocupémonos, pues, constantemente en Cristo como olor agradable a Dios.
C. H. Mackintosh