Sion dijo: Me dejó Jehová, y el Señor se olvidó de mí. ¿Se olvidará la mujer de lo que dio a luz, para dejar de compadecerse del hijo de su vientre? Aunque olvide ella, yo nunca me olvidaré de ti.
Isaías profetizó en tiempos muy difíciles. El pueblo de Israel se había alejado de Dios y servía a los ídolos. Isaías les advirtió acerca de su rebeldía y maldad. Habían provocado a ira a Dios. Por eso, Dios permitió que los caldeos invadieran la tierra y se llevaran a muchas personas prisioneras. El pueblo pensaba que ya no había esperanza de restauración y que Dios los había olvidado, pero eso no era cierto. Dios nunca se olvida de su pueblo. Una y otra vez, le invita a regresar a él. Isaías les decía: “Deje el impío su camino, y el hombre inicuo sus pensamientos, y vuélvase a Jehová, el cual tendrá de él misericordia” (Is. 55:7).
Dios no nos trata como merecemos, sino que en su gracia y bondad nos hace volver a él. Pedro es un buen ejemplo de esto. Había negado al Señor Jesús tres veces con juramento (Mr. 14:66-72), pero todo cambió cuando Jesús lo miró (Lc. 22:61). Esa mirada desgarró el corazón de Pedro y lo llenó de tristeza, quien salió de donde estaba para llorar amargamente (Mt. 26:75). Después de su resurrección, el Señor tuvo una conversación privada con Pedro para restaurar su corazón y su confianza. Esto sucedió a orillas del mar de Tiberias, donde Jesús restauró completamente y públicamente a Pedro en presencia de los otros discípulos. También le dio la tarea de apacentar a sus corderos y pastorear a sus ovejas (Jn. 21:15-18).
Hoy en día, muchos creyentes (las ovejas y los corderos) están débiles y enfermos espiritualmente. ¿Estamos dispuestos a servir sin llamar la atención, simplemente amando y cuidando a las personas porque pertenecen al Pastor, quien dio su vida por ellos? ¿Estamos alimentándonos espiritualmente y siguiendo a Jesús, nuestro Buen Pastor? El Señor Jesús ama a todas sus ovejas, nunca se olvidará de ninguna de ellas.
Jacob Redekop