Naamán, general del ejército del rey de Siria, era varón grande delante de su señor, y lo tenía en alta estima, porque por medio de él había dado Jehová salvación a Siria. Era este hombre valeroso en extremo, pero leproso. Y de Siria habían salido bandas armadas, y habían llevado cautiva de la tierra de Israel a una muchacha, la cual servía a la mujer de Naamán.
Aquí se desarrolla una bella historia acerca de una joven judía. No se nos dice su nombre ni edad, solo que fue llevada cautiva desde Israel, su tierra natal, y traída a Siria para servir a la esposa de Naamán. No la encontramos quejándose, sino que mostró un corazón compasivo al preocuparse por la condición de Naamán. ¿Nos quejamos de nuestras circunstancias y buscamos venganza contra aquellos que creemos que nos han causado problemas? Podemos aprender de esta joven doncella, quien, a pesar de estar lejos de su familia y de las comodidades de su hogar, estuvo dispuesta a guiar a su amo hacia el Dios de Israel.
También se nos relata la historia de Naamán, un general de alto rango en el ejército sirio, admirado por el pueblo y honrado por el rey. Aunque Naamán tenía reconocimiento y poder, también estaba afectado por la lepra, una enfermedad que simboliza el pecado. La lepra dejaba en evidencia su cercanía a la muerte y su necesidad de ser sanado. Esto nos recuerda que “todos pecaron y están destituidos de la gloria de Dios” (Ro. 3:23).
Naamán no conocía al Dios de Israel, pero el Dios de Israel conocía a Naamán y tenía sus ojos puestos en él. En su misericordia, Dios tenía un plan para guiar a este orgulloso y poderoso hombre hacia él, y usó a esta joven doncella para brindarle esperanza y señalarle el camino al profeta Eliseo. Sin embargo, Naamán no quedó satisfecho con el remedio que Eliseo le ofreció: lavarse 7 veces en el río Jordán. Prefería otros ríos que consideraba mejores que el Jordán. Pero la única manera de que Naamán fuera limpiado era siguiendo las instrucciones de Dios. Hoy en día, también existe solo una forma de alcanzar la salvación, y es a través de la fe en el Señor Jesucristo.
Jacob Redekop