Sabemos que hemos pasado de muerte a vida, en que amamos a los hermanos.
Todo aquel que cree que Jesús es el Cristo, es nacido de Dios; y todo aquel que ama al que engendró, ama también al que ha sido engendrado por él.
Este amor (amor ágape) es un amor sumamente misterioso y no debe confundirse con el amor humano común. Es derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo, y provoca un afecto espontáneo hacia todos los demás creyentes. Dos desconocidos se encuentran en la calle. Uno de ellos hace un comentario que permite al otro saber que él es cristiano. Resulta que el otro también es creyente. De inmediato, sus corazones se unen como si hubieran sido amigos de toda la vida. Experimentar este vínculo instantáneo de unidad confirma el hecho de que “hemos pasado de muerte a vida”.
Los hombres no pueden igualar esta extraña unión de corazones en ninguna sociedad humana. Han intentado hacerlo creando clubes y organizaciones secretas con membresía selecta, pero Dios ha creado una familia de “hermanos” regenerados que se unen espontáneamente por medio del amor divino. Es la mayor de todas las sociedades; es el amplio círculo de la fe cristiana y está compuesto no por cristianos nominales, sino por la vasta multitud de personas que han confesado a Cristo como Señor y Salvador, y están verdaderamente comprometidas con él. Estas son las personas en cuyos corazones ha sido derramado este amor divino.
Usted no puede unirse a esta sociedad mediante una vida piadosa o uniéndose a una iglesia. Usted se une a esta sociedad al confesar en lo más profundo de su corazón que es un pecador que necesita tener sus pecados perdonados, y luego al someterse a Aquel que le amó y murió en la cruz para convertirse en su Salvador. Entonces, usted se une amorosamente a cada cristiano en la faz de la tierra.
T. Westwood