Pondré enemistad entre ti y la mujer, y entre tu simiente y la simiente suya; esta te herirá en la cabeza, y tú le herirás en el calcañar.
De estos también profetizó Enoc, séptimo desde Adán… He aquí, vino el Señor con sus santas decenas de millares, para hacer juicio contra todos.
Dios fue el primero en pronunciar una palabra profética. Lo hizo después de la caída cuando le anunció a Satanás, la serpiente antigua, que la Simiente de la mujer le aplastaría la cabeza (NBLA). Esta profecía se cumplió cuando el Señor Jesucristo murió en la cruz y, “por medio de la muerte”, destruyó “al que tenía el imperio de la muerte, esto es, al diablo” (Hch. 2:14). Este hecho aún no se ha manifestado públicamente en el mundo. Dios, con mucha paciencia, está esperando que los hombres crean los testimonios de su gracia por medio del Evangelio, y que se sometan a Cristo, que es el poderoso vencedor del Calvario. Dios no quiere que nadie perezca, “sino que todos procedan al arrepentimiento” (2 P. 3:9).
Sin embargo, esa paciencia pronto llegará a su fin, dando paso al cumplimiento de la siguiente palabra profética que se pronunció en la historia de este mundo. Esta profecía fue pronunciada por Enoc, el “séptimo desde Adán”, quien proclamó: “He aquí, vino el Señor con sus santas decenas de millares, para hacer juicio contra todos, y dejar convictos a todos los impíos de todas sus obras impías que han hecho impíamente, y de todas las cosas duras que los pecadores impíos han hablado contra él” (Jud. 14-15).
Nótese que Cristo y sus obras son el tema central de estas profecías. Así es como todo el mal será derrotado y toda rebelión contra Dios será suprimida. El Señor Jesucristo, nuestro Salvador, el poderoso Vencedor de Satanás, y el justo Juez de los impíos, establecerá su reino en el que ejecutará la justicia y gobernará con equidad para la gloria de Dios y el bien del hombre.
J. T. Mawson