Porque donde están dos o tres congregados en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos.
El Espíritu Santo es el agente divino que actúa para que podamos nacer de nuevo y ser salvos. A partir de ese momento, él se ocupa de nuestro crecimiento espiritual y nos ayuda a progresar de verdad, conduciéndonos a la madurez. Nos ayuda a depender de nuestro Señor en gloria y a ser transformados a su imagen. Cristo está en los cielos, es decir, no está corporalmente presente en medio de estos “dos o tres”, por lo que necesitamos la ayuda del Espíritu para congregarnos de la forma que Jesús desea: “en mi nombre”.
Estar congregados en su nombre, significa también reunirse a su nombre, aunque él esté ausente. Esto implica que él es el único centro y objeto de los así reunidos. Nos atrae hacia él a través del Espíritu Santo. La expresión “congregados” indica que Uno es el que congrega: el Espíritu Santo. Él es quien nos congrega cuando nos sometemos a su dirección. No habla de sí mismo, sino que desea dirigir nuestra atención hacia el Señor Jesús; hacia su Persona y su obra; hacia su posición en el cielo y pronto regreso.
Los creyentes deben estar de acuerdo entre ellos durante el tiempo que nuestro Señor está ausente de esta escena terrenal, y aferrarse a él por la fe, no por el misticismo. ¿No dijo el Señor Jesús a sus discípulos: “Separados de mí nada podéis hacer” (Jn. 15:5)? En este versículo, el Señor Jesús habla a sus discípulos en la tierra. Como ahora está en el cielo, él nos ha dado su Espíritu, enviado desde el cielo, para que esté con nosotros y permanezca en nosotros para siempre (Jn. 14:16). Como creyentes, tenemos el gran privilegio de reunirnos en el nombre de nuestro Señor y estar a su alrededor, aunque no podamos verlo. Hallamos consuelo en la mínima expresión de creyentes mencionada (“dos o tres”), y donde nos reunimos en su presencia (“allí estoy yo”), y en él mismo, el Centro divino de reunión (“en medio de ellos”).
Alfred E. Bouter