En gran manera se maravillaban, diciendo: bien lo ha hecho todo; hace a los sordos oír, y a los mudos hablar.
Las multitudes que seguían a Jesús quedaban maravilladas después de contemplar los milagros que él hacía. Todas las obras maravillosas que Jesús hizo trajeron sanación y bendición a las personas. Nunca alguien había visto algo parecido. Muchos comenzaron a seguirlo por las cosas extraordinarias que hacía, y el testimonio de sus obras se difundió por todo Israel. Muchos se preguntaban: «¿Quién es este Hombre?»
Esta es una pregunta que el Señor le hace a usted hoy mismo: “¿Quién decís que soy yo?”. Pedro respondió lo siguiente: “Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente” (Mt. 16:15-16). ¿Está usted dispuesto a responder de la misma manera?
Muchas personas creyeron porque vieron la gran cantidad de milagros que Jesús realizó, pero “Jesús mismo no se fiaba de ellos, porque conocía a todos” (Jn. 2:24). Él sabe lo que hay en el corazón del hombre. La fe no viene por ver señales y milagros, sino por creer el mensaje vivificante del Evangelio de salvación a través del Señor Jesucristo. El apóstol Pablo también lo expresó claramente: “Con el corazón se cree para justicia, pero con la boca se confiesa para salvación” (Ro. 10:10).
Hoy en día, muchos afirman realizar milagros y sanaciones por fe. ¿Cómo podemos distinguir entre lo verdadero y lo falso? Dios mismo nos da la respuesta en su Palabra. El resultado de una fe genuina es que nuestros ojos se apartan de nosotros mismos y de los hombres para fijarse solo en Jesús, el Hijo de Dios, y Salvador de los pecadores.
Los numerosos milagros que Jesús hizo, especialmente la resurrección de los muertos, y las verdades que enseñó, dieron claro testimonio de que él era el Hijo de Dios. Sin embargo, solo su muerte en la cruz y su sangre derramada podían expiar el pecado. ¡Qué obra tan maravillosa hizo por nosotros en la cruz del Calvario! Sin duda alguna, “bien lo ha hecho todo”.
Jacob Redekop