Y esperar de los cielos a su Hijo, al cual resucitó de los muertos, a Jesús, quien nos libra de la ira venidera.
¡Qué maravillosas glorias de nuestro Señor encontramos en este versículo! Consideremos brevemente algunas de ellas.
1. Él es el Hijo. Este nombre de nuestro Señor nos presenta pensamientos maravillosos acerca de la relación eterna entre el Padre y su único Hijo en la Deidad. Esa relación se manifestó luego en la tierra cuando el Hijo se hizo Hombre. Él es quien pudo decir en su oración al Padre: “Me has amado desde antes de la fundación del mundo” (Jn. 17:24).
2. Él es el que vendrá de los cielos. Hoy esperamos, como los tesalonicenses, que el Hijo regrese de los cielos. Sabemos que él ya vino una vez (1 Jn. 5:20). En su primera venida, vino para “quitar de en medio el pecado” y nuestros pecados mediante el sacrificio de sí mismo (He. 9:26, 28).
3. Él resucitó de entre los muertos. El Hijo de Dios murió como nuestro sustituto. Pero la muerte no lo pudo retener, y al tercer día resucitó “por la gloria del Padre” (Ro. 6:4).
4. Él es Jesús. Aquel que desde la eternidad es Dios y se hizo Hombre. Jesús es el nombre que tomó cuando vino a este mundo, el cual significa “Jehová Salvador”. Vino a salvar a su pueblo de sus pecados (Mt. 1:21).
5. Él es nuestro Libertador. A menudo pensamos en la ira eterna, el lago de fuego, de la que hemos sido salvados por la obra del Señor Jesús. Pero la ira también caerá pronto sobre este mundo que ha rechazado al Hijo de Dios (1 Ts. 5:1-4, 9; Mt. 24:21). A esto comúnmente se le denomina como “la tribulación”. Durante ese periodo, ¿estará aún la iglesia en la tierra? ¡No! El Señor Jesús es aquel que nos librará de esta “ira venidera”. “Yo también te guardaré de la hora de la prueba que ha de venir sobre el mundo entero, para probar a los que moran sobre la tierra” (Ap. 3:10).
Kevin Quartell