Como cordero fue llevado al matadero; y como oveja delante de sus trasquiladores, enmudeció, y no abrió su boca.
Pacientes en la tribulación.
¡Qué grande fue la paciencia de nuestro Señor Jesús! Mire cuánta paciencia tuvo en las escenas finales de ignominia y aflicción que precedieron a su muerte. En aquellas horrendas horas, azotado por el peso de lo que tenía ante él, bien podría haber convocado, con justificada indignación, a “más de doce legiones de ángeles” (Mt. 26:53) y dar a cada uno lo que merecía. Sin embargo, en lugar de eso, se sometió a un silencio suave y majestuoso.
Piense en lo paciente que ha sido con su Iglesia y su pueblo, en cómo año tras año ha soportado nuestra ingratitud, nuestra dureza de corazón y nuestra falta de respuesta a su santa Palabra. Sin embargo, la mano de nuestro Dios amoroso y paciente sigue extendida (Is. 5:25; 9:12, 17, 21; 10:4).
Querido hijo de Dios, ¿está usted pasando por alguna amarga prueba? ¡Tenga paciencia! Bueno es Jehová a los que en él esperan (Lm. 3:25). ¿Lleva mucho tiempo postrado en un lecho de enfermedad, experimentado días de dolor y noches de desánimo? Le animo a que tenga paciencia. Por medio de su dolor, Dios está alimentando en usted la gracia que brilló tan notablemente en el carácter de nuestro Señor. En él, la paciencia era un hermoso hábito del alma.
¿Sufre usted injusticias inmerecidas o acciones mezquinas, quedando expuesto a acusaciones duras e hirientes que son difíciles de soportar? Sea paciente. Cuídese de las palabras duras o la irritación, y recuerde cuánto mal hizo Moisés cuando “habló precipitadamente con sus labios” (Sal. 106:33). Piense en Jesús de pie ante un tribunal humano con completa y silenciosa sumisión, plenamente consciente de su inocencia y justicia, y deje su problema en manos de Dios. Que la paciencia sea un estado de ánimo habitual, que se manifieste a diario, en medio de los pequeños problemas y molestias de su vida cotidiana. Que su propósito de corazón sea esperar firmemente en Dios, habiendo echado todas sus cargas sobre él.
J. R. MacDuff