Mas por él estáis vosotros en Cristo Jesús, el cual nos ha sido hecho por Dios sabiduría, justificación, santificación y redención; para que, como está escrito: El que se gloría, gloríese en el Señor.
Siempre que su alma se vea asaltada por dudas y temores, mire de inmediato a Jesús, el Cordero que ha sido inmolado y que ahora está en el trono. Cuídense de buscar la justicia en su interior; porque Cristo en la gloria es su justicia. Cuídense de mirar la obra del Espíritu en ustedes como base de su justificación; porque somos justificados por la sangre de Cristo. Cuídense de compararse con otros como prueba de su aceptación; porque solo Cristo es el camino al Padre. Cuídense de mirar a sus sentimientos o experiencias como pruebas de su aceptación; porque cambiamos con frecuencia, y nuestros corazones son muy engañosos; pero el amor de Cristo no cambia.
Oh, contemplen la eterna perfección, impecabilidad, belleza y valor eternos de Jesús. ¡Su idoneidad, su plenitud, su amor, sus oficios! Consideren sus caminos, sus palabras, sus sufrimientos, agonías, el derramamiento de su sangre y su muerte. Contemplen al Santo hecho pecado por nosotros, y dejen que la luz de la verdad de Dios brille en todo momento. Escuchen el testimonio de Dios. ¡Escuchen su juicio sobre el valor de la cruz! Vean el pecado eliminado y la introducción de la justicia. Reciban el testimonio de Dios de que la sangre de Jesucristo su Hijo nos limpia (sí, a nosotros) de todo pecado; de que somos “justificados gratuitamente por su gracia”, y “aceptos en el Amado” (Ro. 3:24; Ef. 1:6).
Oh, contemplen sus iniquidades, transgresiones y pecados puestos sobre él, su viejo hombre crucificado con él, la feroz ira de Dios cayendo sobre él, y todo esto para que ustedes sean libres. Permaneciendo en estos pensamientos, su justicia propia será cambiada en menosprecio de sí mismo; su confianza propia se transformará en humillación; las dudas serán desterradas por la seguridad; y la alabanza y la gratitud ascenderán al Padre de misericordias en el nombre de nuestro Señor Jesucristo.
H. H. Snell