El Espíritu Santo también nos da testimonio.
Muchos cristianos no entienden los pasajes de la Palabra que hablan acerca del testimonio del Espíritu Santo. Piensan que se trata de una experiencia emocional, o un sentimiento de felicidad, o un estado mental de éxtasis, o una visión de algún tipo que (suponen) les confirmará que han sido aceptados por Dios, desechando así el testimonio de la Palabra. Aunque algunas de estas experiencias subjetivas pueden ser fruto del testimonio del Espíritu, en ningún caso constituyen, ni individual ni conjuntamente, dicho testimonio. Hace algunos años, me encontré con una mujer que ya no era la alegre creyente que había conocido con anterioridad. Su infelicidad se debía a que alguien le había enseñado y persuadido que, si no tenía «el testimonio del Espíritu», entonces no era salva. Y, aunque había orado fervientemente por recibir este «testimonio», no lo había obtenido. Entonces le dije que como cristianos tenemos un testimonio inconfundible, algo que era mucho mejor que una experiencia sobrenatural de parte de Dios: ¡Tenemos la Palabra de Dios!
La Epístola a los Hebreos establece en primer lugar que Cristo es superior a los ángeles, a los profetas y a los líderes del antiguo pacto, y luego muestra el carácter trascendente del nuevo pacto de gracia. Los numerosos sacrificios del antiguo pacto no podían justificar al pecador, pero en la cruz, Cristo justificó a todos los que creen en él. Todos por igual son justificados por la gracia de Dios “mediante la redención que es en Cristo Jesús” (Ro. 3:24). “Somos santificados mediante la ofrenda del cuerpo de Jesucristo hecha una vez para siempre” (He. 10:10). El Espíritu Santo nos da testimonio de que Dios nunca más se acordará de nuestros pecados y transgresiones (He. 10:17; véase Jer. 31:33-34).
No necesita orar y suplicar para recibir este testimonio, pues el testimonio del Espíritu está en la Palabra de Dios. Solo debe creer en él.
H. A. Ironside