Porque ¿qué aprovechará al hombre si ganare todo el mundo, y perdiere su alma? ¿O qué recompensa dará el hombre por su alma?.
La gran pregunta que se hace hoy en día es: «¿Qué gano con esto?». Cuando se haya sumado todo, ¿qué dejará tal o cual transacción? ¿En qué medida habré salido ganando? ¿Cuál es el beneficio?
Un millonario estadounidense dijo en su lecho de enfermedad: «El hombre más pobre que conozco es aquel que solo tiene dinero». Otro dijo: «Aunque un hombre sin dinero es pobre, el hombre que no tiene nada más que dinero es aún más pobre. Las posesiones del mundo no pueden evitar que los espíritus desfallezcan y se encojan cuando llegan las pruebas y los problemas, al igual que un dolor de cabeza no se puede curar con una corona de oro, o el dolor de cuello con una cadena de perlas». Agustín de Hipona comentó una vez que «las riquezas terrenales están llenas de pobreza». Esto ciertamente es mucho más acertado que la idea de que un hombre que tiene 100.000 dólares es el doble de feliz que alguien que posee 50.000 dólares. Nunca se cometió un error más grande que este y, sin embargo, es lo que la gente comúnmente cree.
Es mucho más correcto decir que el dinero es un proveedor universal de todo menos de la felicidad, y un pasaporte universal a todo lugar menos al cielo. La palabra comúnmente usada para “riquezas” en el Antiguo Testamento se traduce frecuentemente como «pesado». Esto es muy significativo, ya que el que posee abundantes riquezas es el que mejor sabe las cargas que imponen tales posesiones. Alguien más ha dicho: «Hay una carga debida al cuidado al obtenerlas, un temor al conservarlas, una tentación al usarlas, una culpa al abusar de ellas, una tristeza al dejarlas, y una carga debido a las cuentas que hay que rendir al final a causa de ellas».
G. Cutting