Mas vosotros sois linaje escogido, real sacerdocio, nación santa, pueblo adquirido por Dios, para que anunciéis las virtudes de aquel que os llamó de las tinieblas a su luz admirable.
Tras la muerte y resurrección de Cristo, el apóstol Pedro recibió el encargo de cuidar del rebaño y de seguir al Maestro (Jn. 21:15-22). En su amor por el Señor y su pueblo, Pedro estimula y anima a sus lectores de muchas maneras.
Les recuerda su responsabilidad de caminar según el llamamiento de Dios. “Si invocáis por Padre a aquel que sin acepción de personas juzga según la obra de cada uno, conducíos en temor todo el tiempo de vuestra peregrinación” (1:17). Este temor implica no confiar en uno mismo ni en los líderes religiosos, sino estar atentos, y vivir en temor reverencial a Aquel que nos llamó. Pedro describe a los creyentes la maravillosa posición y los privilegios que Dios les ha dado. También muestra la necesidad de juzgarnos a sí mismos y de alimentarnos de Aquel que es bondadoso. Podemos responder a su llamamiento, acercándonos a él para crecer y hacer progresos a través de la leche espiritual de la Palabra (vv. 1-4).
Como piedras vivas, estamos vinculados a aquel que es la Piedra viva, rechazada por el hombre, “mas para Dios escogida y preciosa”. En este contexto, somos una familia sacerdotal que ofrece sacrificios espirituales a Dios por medio de Jesucristo. Al mismo tiempo, somos una generación elegida para representarlo, para honrar y proclamar sus derechos en este mundo. Nuestro Señor nos ha hecho reyes y sacerdotes, para estar en este mundo para complacerlo y representarlo como un testimonio para él ante los que nos rodean. Como una nación santa, un pueblo apartado para él en este mundo que lo rechaza, él nos ha llamado “de las tinieblas” con el propósito de que podamos proclamar lo maravilloso que él es, para que otros sean atraídos a él por medio nuestro.
Alfred E. Bouter