Por tanto, de la manera que habéis recibido al Señor Jesucristo, andad en él.
¿Vemos la diferencia absoluta que existe entre el mundo y los compañeros del Señor Jesús? ¿Vemos lo que los opone? ¿Caminamos entonces según la herencia del primer o del segundo Adán? ¿Estamos prácticamente asimilados –en pensamiento, sentimiento, comportamiento o actividad– a ese mundo que ha rechazado a Cristo?
¿O nuestras asociaciones nos unen al Salvador, para caminar en él? La humanidad está natural y firmemente asociada con el primer Adán; y todos los que son de Cristo están naturalmente asociados con él –“completos en él” (v. 10). Así como todos han heredado el pecado y la vergüenza a través del primer Adán, todos los que creen son herederos de todas las cosas juntamente con Cristo, unidos a él por un vínculo vital e indisoluble. Son uno con él en privilegios, intereses y bendiciones, y son herederos de toda la gloria que él posee. Todo lo que le pertenece, sea en cuanto a bendición o gloria, lo ofrece a los suyos, pues “todo es vuestro”, escribió el apóstol Pablo (1 Co. 3:22).
Puesto que esta es la verdad de Dios, busquemos una renovación de nuestro interés y nuestra comunión con él. Procuremos recibir más de él: cuanto más da, más se le glorifica. Estamos unidos por naturaleza al primer Adán, y llevamos su imagen y semejanza, sin duda alguna. Del mismo modo, si somos creyentes, estamos asociados a Cristo en todas las cosas: somos “herederos de Dios y coherederos con Cristo”.
Ahora vemos a nuestra gloriosa Cabeza solo por la fe, pero pronto le veremos tal como él es, en toda su gloria, y seremos como él. Mientras tanto, ¡estemos llenos de la plenitud de Cristo! Las Escrituras nos revelan todas las bendiciones que hay en él: “Toda la plenitud de la Deidad” habita en Cristo. Y nosotros, como hermanos del Señor (cf. He. 2:11), estamos unidos a él por una unión iniciada en este tiempo presente, ¡y que se perfeccionará en una bendita eternidad!
J. N. Darby