El primer día de la semana, reunidos los discípulos para partir el pan, Pablo les enseñaba, habiendo de salir al día siguiente; y alargó el discurso hasta la medianoche. Y había muchas lámparas en el aposento alto donde estaban reunidos.
El apóstol Pablo tenía una vida muy ocupada. Su servicio por el Señor en un mundo hostil le dejaba poco tiempo para pensar en sí mismo. Sin embargo, este relato de Hechos 20 nos muestra que no estaba tan ocupado como para no poder reunirse con los cristianos de Troas, para partir el pan el primer día de la semana.
En medio de todos los conflictos que el apóstol encontró en su camino y en su servicio por el Señor, qué alegría debió ser para él disfrutar simplemente de la presencia del Señor en medio de sus redimidos. Mientras partía el pan y bebía de la copa, él podía recordar el amor que había llevado al Señor a esos profundos e insondables sufrimientos en la cruz. Nada más que los sufrimientos de Cristo podrían quitar nuestros pecados y hacernos aceptos en él ante Dios. A medida que crece nuestro conocimiento del Señor Jesús, nuestros afectos son estimulados para adorarlo con más fervor y servirlo con más devoción.
El aposento alto nos recuerda nuestras bendiciones espirituales en el cielo. Hemos sido bendecidos “con toda bendición espiritual en los lugares celestiales en Cristo” (Ef. 1:3). Nuestro llamamiento es elevado y excelso. Si queremos ser aptos para caminar de una manera digna de nuestra vocación, necesitamos escuchar el discurso de Pablo en la oscuridad moral de la noche. Había muchas lámparas en el aposento alto donde estaban reunidos, y así será hoy si se abre la Palabra de Dios en el poder del Espíritu de Dios. Entonces no andaremos a tientas en la oscuridad, sino que la luz de su Palabra será una lámpara a nuestro camino. “De tus mandamientos he adquirido inteligencia; por tanto, he aborrecido todo camino de mentira. Lámpara es a mis pies tu palabra, y lumbrera a mi camino” (Sal 119:104-105). ¡Maravillosa provisión de Dios!
Jacob Redekop