Las bendiciones de tu padre fueron mayores que las bendiciones de mis progenitores; hasta el término de los collados eternos serán sobre la cabeza de José, y sobre la frente del que fue apartado de entre sus hermanos.
En su profecía acerca de sus hijos, Jacob mencionó mucho más a José que al resto. José es un bello “tipo” –una imagen simbólica (cf. 1 Co. 10:6, 11)– del Señor Jesús en sus pruebas y en su rechazo antes de llegar al trono. Jacob se consideraba más bendecido que sus antepasados por haber tenido como hijo a José, cuya vida había estado llena de pruebas, pero que había tenido un final glorioso. Por eso Jacob bendijo a José de todo corazón. Lo denominó una “rama fructífera… cuyos vástagos se extienden sobre el muro” (v. 22). José no se guardó las bendiciones para sí mismo, sino que las compartió de buena gana con los demás. Cuando gobernó en Egipto, él compartió los productos de la tierra con extranjeros de tierras lejanas.
En estos tiempos, cuando cada una de las naciones del mundo guarda celosamente sus propias posesiones, es precioso ver al Señor Jesús actuando con una gracia sin igual. No solo bendijo a su propia nación, Israel, sino que extendió sus ramas de fecunda bendición por encima del muro de separación, para que también las naciones puedan disfrutar de la salvación eterna de Dios. Ahora, coronado de gloria y honra a la diestra de Dios, es bendecido por encima de todos los demás –el mismo que una vez fue “apartado de entre sus hermanos”. Ahora se regocija al compartir estas grandes bendiciones con aquellos a quienes llama sus hermanos: “Anunciaré a mis hermanos tu nombre” (He. 2:12).
Ahora, y por la eternidad, ya no está más apartado de sus hermanos, sino que está unido a ellos por un vínculo más estrecho de lo que podría haber sido en las relaciones naturales. Nosotros, que lo conocemos, recordamos sus sufrimientos con humilde y sincera gratitud, y nos alegramos por sus bendiciones, pues estas son resultado de los sufrimientos que soportó por nosotros.
L. M. Grant