Prosigo a la meta, al premio del supremo llamamiento de Dios en Cristo Jesús.
El llamamiento divino proviene del cielo y nos lleva al cielo. Implica «salir» de la posición carnal, tal como lo experimentó el mismo Pablo (vv. 5-8). Este llamamiento fue (y sigue siendo) un llamamiento “en Cristo Jesús”, coronado de gloria y honra en el cielo. La expresión “en Cristo Jesús” indica que los llamados se sitúan en un orden de cosas completamente nuevo, íntimamente relacionado con Cristo, quien caracteriza esta nueva condición. Este “llamamiento celestial” obligó a Saulo de Tarso a dejar atrás todo lo que antes consideraba importante. ¿Por qué? Por el valor inigualable de Jesucristo, quien lo llamó.
Pablo confesó: “Estimo todas las cosas como pérdida por la excelencia del conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor, por amor del cual lo he perdido todo, y lo tengo por basura, para ganar a Cristo” (v. 8). Desde que conoció a Jesucristo en el camino a Damasco, Pablo tuvo siempre el ardiente deseo de conocer mejor a quien había perseguido y que, sin embargo, lo había salvado y sacado de este mundo. Cristo lo era todo para Pablo, y lo impulsaba a correr directamente hacia la meta, una meta bien definida: Cristo mismo. El apóstol veía así a Jesucristo como el premio al final de la carrera; su recompensa era estar para siempre con aquel en quien había hallado todo, y deseaba lo mismo para todos los creyentes: “Sed imitadores de mí” (v. 17).
Pablo seguía corriendo, seguía avanzando, y nos desafía a correr como él. “Prosigo” puede traducirse también «persigo» (ya no con un celo fanático en contra de los cristianos), sino en búsqueda de su premio, con el celo del primer amor, en total devoción a Cristo. Pablo fue un verdadero vencedor gracias a su amor por Aquel que lo salvó, y deseaba que todos los creyentes se unieran a él en esta carrera.
Alfred E. Bouter