De aquí en adelante tu siervo no sacrificará holocausto ni ofrecerá sacrificio a otros dioses, sino a Jehová. En esto perdone Jehová a tu siervo: que cuando mi señor el rey entrare en el templo de Rimón para adorar en él, y se apoyare sobre mi brazo, si yo también me inclinare en el templo de Rimón.
El hecho de que Naamán acompañe a su señor al templo de Rimón era un asunto serio. Nunca se puede tolerar una conducta que implique maldad moral, falsedad o conformidad con actitudes mundanas. Pero, si miramos imparcialmente la conducta de Naamán, esta no implicó ninguna de estas cosas. La declaración de fe de Naamán demostró que su conducta no entraba en la categoría de esos odiosos compromisos que a veces hacemos. Nadie podría suponer que un hombre que proclamó que no hay más Dios que Jehová, insistiendo en que no adoraría a ningún otro Dios, iba a participar luego de los servicios idolátricos de Rimón. Su presencia en la casa de Rimón le sería impuesta por su posición oficial como siervo de confianza del rey, y probablemente aún no estaba preparado para abandonar tal cargo. En una situación tan delicada, debemos hacer como Naamán, y someter cualquier acción al Señor antes de realizarla; y si nuestro cargo oficial implica una mala acción, entonces debemos renunciar a ese cargo a toda costa.
Debemos ser como Naamán. Su conciencia era tan sensible que sentía que cualquier cosa con apariencia de maldad era intolerable. También vio que su fe abarcaba todos los ámbitos de su vida y comenzó a vivirla no solo en actos de devoción, sino en todas las acciones de su vida privada y pública. Toda su vida debía estar al servicio de Dios, y temía fracasar en su vida práctica.
Eliseo, con sabiduría, no aprobó lo que parecía inevitable para Naamán, pero, sin presionarlo, le dijo acertadamente: “Ve en paz” (v. 19). ¡Que el Señor de gracia nos ayude con aquella paz a proseguir hacia adelante!
A. Edersheim