Vuestro atavío no sea el externo… sino el interno, el del corazón, en el incorruptible ornato de un espíritu afable y apacible, que es de grande estima delante de Dios.
¡Cuánto dinero y tiempo gastan muchas personas en esforzarse por lucir bien, por parecer atractivas! La apariencia cuenta mucho hoy en día. Pero esto no es nuevo, y se aplica tanto a los hombres como a las mujeres.
La reina Vasti, esposa de Asuero, soberano del imperio Medo Persa, era una mujer hermosa. Un día el rey quiso presentarla delante de todos los hombres, para así mostrar su belleza. Ester, la que finalmente sustituyó a Vasti, no estaba interesada en la falsa belleza. Cuando le tocó presentarse ante el rey, rechazó los numerosos medios artificiales que le ofrecieron para realzar su belleza, confiando solo en lo que Dios le había dado.
Saúl, de hombros arriba, sobrepasaba a cualquiera del pueblo y fue una elección «natural» para el puesto de rey, pero Dios tuvo que desecharlo como rey. Del mismo modo, cuando Samuel fue a ungir a un nuevo rey para sustituir a Saúl, le presentaron a los hijos de Isaí; al ver al principio que Eliab tenía buen aspecto, Samuel pensó que él era el elegido. Pero no lo era, y Dios le dijo a Samuel que no se fijara en la apariencia. Dios había escogido a David, el varón conforme a su corazón.
¡Necesitamos aprender esta lección! La verdadera belleza no es la externa, sino la del corazón. Si tratamos de ser atractivos, o si somos atraídos a través de accesorios o adornos externos, entonces se trata de una mera atracción carnal.
Necesitamos darnos cuenta que una apariencia artificial y carnal es la fachada de una persona artificial y carnal. ¿Buscamos atraer a otros por medios carnales? Esto sería un grave error. La carne solo atrae a la carne. Dios aprecia la belleza del “hombre interior”. ¡Busquemos esta belleza!
Albert Blok