Todo lo puedo en Cristo que me fortalece.
Mientras atraviesa un mundo adverso, el cristiano se encuentra con la oposición de un enemigo vigoroso y sin escrúpulos, siempre dispuesto a utilizar todos los medios posibles para desviar al peregrino del camino celestial. Cristo es nuestro poder para elevarnos por encima de las circunstancias de esta vida presente. Solo él puede elevarnos por encima de las pruebas y mantener nuestros pies en el camino celestial. Cristo es nuestro recurso infalible.
Filipenses 4 abre con la exhortación: “Estad así firmes en el Señor, amados”. Esto da por hecho que todo el poder del enemigo se despliega contra nosotros, y que la profesión cristiana, en su conjunto, ya no vive a la altura de su llamamiento. ¿Qué esperanza queda de permanecer fieles a Cristo y andando en el camino celestial? Nuestra única esperanza, nuestro recurso infalible, es Cristo. No podemos mantenernos firmes en nuestras propias fuerzas, ni apoyándonos en nuestros hermanos. Tanto ellos como nosotros somos débiles y falibles. Solo podemos permanecer firmes en el Señor. Él nunca nos fallará, y en él encontramos la fuerza para resistir al enemigo y a todas sus artimañas.
También se nos exhorta a regocijarnos “en el Señor siempre” (v. 4). Este regocijo en el Señor nos protege de la atracción de las cosas presentes. No siempre podemos alegrarnos en nuestras circunstancias o en los creyentes, pero siempre podemos alegrarnos en el Señor. Él es, y sigue siendo, “el mismo” (He. 13:8). Si nos regocijamos en el Señor y encontramos todos nuestros recursos en él –con la seguridad de que está cerca y de que cuando regrese corregirá todos los males– entonces no nos preocuparán excesivamente los desórdenes del mundo y de la cristiandad. No insistiremos en nuestros derechos, ni trataremos de hacer prevalecer nuestra opinión. Permaneceremos en paz, sabiendo que “el Señor está cerca” (v. 5) y que podemos regocijarnos en él. Él es quien puede sostenernos en todo momento y elevarnos por encima de cualquier situación, para que así seamos guardados para la gloria de nuestro Dios y Padre.
Hamilton Smith