¿Quién hay entre vosotros que teme a Jehová, y oye la voz de su siervo? El que anda en tinieblas y carece de luz, confíe en el nombre de Jehová, y apóyese en su Dios.
Esta pregunta se le formuló a Israel en tiempos en que la mayoría de la nación se había negado fríamente a obedecer al Señor. Sin embargo, tal vez algunos se tomaron a pecho este amoroso llamado: “El que anda en tinieblas… confíe en el nombre de Jehová”.
¿Quién tenía el verdadero temor, este respeto honesto y reverente por la grandeza de la gloria del Señor, el Dios del cielo y de la tierra? El que le temía, sin duda escucharía la voz de su Siervo. Esto se puede aplicar a Isaías, quien estaba comunicándole a Israel la pura palabra de Dios. Sin embargo, de una forma mucho más elevada, el Siervo aún no se había manifestado, pues este pasaje habla proféticamente del Mesías, el Hijo de Dios.
Un alma honesta podía darse cuenta que su camino estaba oscurecido, pues no veía a donde iba y no poseía luz alguna. Qué importante es enfrentar los hechos, en lugar de ignorar la verdadera condición del alma. Si uno quiere enfrentarlo, entonces se le da una fiel instrucción: “Confíe en el nombre del Señor y apóyese en su Dios” (NBLA). Ahora que Dios se ha revelado en la bendita persona de su Hijo, podemos pensar correctamente en esto a la luz de tal revelación.
El Señor Jesucristo es un maravilloso lugar de descanso para la fe. Tenemos la alegría de comprender, como Tomás, que Jesús es “¡Señor mío, y Dios mío!”, aunque Jesús le dijo: “Porque me has visto, Tomás, creíste; bienaventurados los que no vieron, y creyeron” (Jn. 20:28-29). El creyente puede confiar verdaderamente en su Dios, teniendo plena confianza en su amor y fidelidad. ¡Esto destierra todas las tinieblas y trae la más dulce luz al alma!
Señor Jesús, tú eres mi Señor y mi Dios, el Hijo del Padre, mi Salvador, mi Redentor, pues tu preciosa sangre me ha salvado para siempre.
L. M. Grant