Poco es para mí que tú seas mi siervo para levantar las tribus de Jacob, y para que restaures el remanente de Israel; también te di por luz de las naciones, para que seas mi salvación hasta lo postrero de la tierra.
Es posible que el pueblo judío se sorprendiera al leer un versículo como este. Cuando Isaías escribió esto, Israel estaba en una condición deplorable, pues las diez tribus ya habían sido llevadas cautivas por los asirios. Ciertamente, se requeriría la asombrosa habilidad de un siervo de Dios para levantar de nuevo a las tribus y llevar a Israel a un estado de unidad y paz. Sin embargo, Dios les dice que esto sería “poco” para el Siervo que él ha escogido. Esto solo puede ser cierto de Cristo, el Mesías de Israel. El pueblo de Israel ha tenido una extensa historia de sufrimientos y problemas, incluso en un día venidero experimentarán el “tiempo de angustia para Jacob” (Jer. 30:7), pero Dios ha tenido a bien preservar a un gran número de ellos (el remanente fiel), quienes, en un día venidero, serán restaurados por su Siervo. ¡Maravillosa gracia!
Cristo también será una luz para los gentiles, ya que su gracia infinita los alcanza y los incluye en su extraordinario consejo de bendición. En el Milenio, las naciones andarán en su luz (Is. 60:3), y toda la tierra disfrutará de su gloria. Toda la tierra se maravillará ante la grandeza de este adorable Siervo de Dios, quién consumará tales designios de gracia y gloria en la tierra.
Hay otra obra que aquí no se menciona, pero que es de tremenda importancia: en esta presente dispensación, el Señor Jesús está edificando su Iglesia. Mientras Israel continúa en rebeldía, el Señor está reuniendo los que por fe se inclinan ante él, tanto de entre los judíos como de entre los gentiles. Los une en un solo Cuerpo, aunque provengan de naciones hostiles, reservándoles un lugar en el cielo con él durante la eternidad.
Todos estos maravillosos resultados: la bendición de la Iglesia, la bendición de Israel y la bendición de las naciones gentiles, fluyen del valor infinito de su gran sacrificio en el Calvario. ¡Maravillosa obra!
L. M. Grant