Angustia tengo por ti, hermano mío Jonatán, que me fuiste muy dulce. Más maravilloso me fue tu amor que el amor de las mujeres.
Cuando murió su amigo Jonatán, David expresó su dolor con sentimientos muy conmovedores. La profundidad de su emoción muestra cuánto lo amaba (véase Jn. 11:35-36). Podemos considerar, sin embargo, dos aspectos de su lamento que nos permiten vislumbrar el amor del Señor Jesús por nosotros.
“Hermano mío”: En esta relación genuina había tanto afecto que David se refería a Jonatán como su hermano. Sin embargo, Jonatán había abandonado a David para quedarse con Saúl, pero es increíble que David nunca lo niegue o muestre algún resentimiento por esta traición. Esta es una hermosa imagen de nuestro Señor Jesús en su relación con los que creen en él, pues “no se avergüenza de llamarlos hermanos” (He. 2:11). Por muy lejos que se encuentren, el Señor reconoce a todos los creyentes como sus hermanos.
“Tu amor”: A pesar de que lo había abandonado, David solo veía el valor que tenía el amor de Jonatán. La calidad de este amor, que solo David conocía y valoraba, era admirable. Por más que se haya manifestado débilmente, David lo resaltó como algo maravilloso. Este amor de Jonatán por David había surgido al ver el amor de David por Israel; pues David había liberado al pueblo de la esclavitud con la que Goliat amenazó al pueblo (1 S. 19:4, 5). Lo que David hizo por Israel en aquella ocasión es una imagen de lo que Jesús, el Hijo de Dios, hizo por mí –él “me amó y se entregó a sí mismo por mí” (Gá. 2:20). Su amor por nosotros despertó nuestro amor hacia él: “Nosotros le amamos a él, porque él nos amó primero” (1 Jn. 4:19). Y el Señor valora nuestro amor por él de una manera que solo él puede hacerlo. Esto también lo hizo con Pedro (cf. Jn. 21:15-17).
Hadley Hall