Palabra fiel y digna de ser recibida por todos: que Cristo Jesús vino al mundo para salvar a los pecadores, de los cuales yo soy el primero.
¡Qué asombroso: Dios llamó y salvó a aquel que se le opuso más que cualquiera (aunque pensaba que lo servía)! ¿Cómo lo hizo? Atrayendo a Saulo a sí mismo por medio de Cristo Jesús, el Salvador. Dios está activo para salvar a los pecadores, tanto hoy como en el pasado. El Antiguo Testamento registra la historia de Rahab, una prostituta cananea, que servía a un ídolo muy terrible, en cuyo culto los padres sacrificaban a algunos de sus propios hijos. De alguna forma, Rahab escuchó cómo Dios había liberado a su pueblo de Egipto y de la esclavitud, y eso la atrajo hacia el Dios de Israel y a su pueblo. Debió de sentir su propia esclavitud, ya que Dios obró en ella, y por eso recibió a los espías israelitas en su casa y cuidó de ellos (Jos. 2; Stg. 2:25). Finalmente, ella se convirtió en una antepasada de nuestro Señor Jesús (Mt. 1:5), una de las cuatro mujeres mencionadas en su genealogía.
De forma similar, Dios liberó a Saulo de Tarso del yugo del pecado cuando este perseguía a sus compañeros judíos que creían en Jesús el Mesías. El mayor milagro de su vida ocurrió cuando Cristo Jesús se le apareció desde el cielo y lo llamó (Hch. 26:9-18). Por el lado de Dios, Saulo fue objeto de la gracia, según el propósito divino desde antes de la fundación del mundo. Mientras que por el lado de Saulo, él obedeció a la voz celestial que lo llamó.
La Palabra de Dios presenta casos más extremos para demostrar que cualquiera puede ser salvo. Pablo se llamó a sí mismo el primero (1 Ti. 1:15) de los pecadores, aunque era un hombre muy religioso. Si el primero de los pecadores pudo ser salvo (y así fue), entonces todos los demás pueden. La soberanía de Dios no deja de lado la responsabilidad del hombre. Si uno acepta la salvación de Dios, entonces queda demostrado que la obra es de Dios. Si alguien la rechaza, entonces la culpa solo recae sobre él sí mismo.
Alfred E. Bouter