El Señor Está Cerca

Jueves
4
Mayo

Mirad cuál amor nos ha dado el Padre, para que seamos llamados hijos de Dios.

(1 Juan 3:1)

El amor del Padre

¿Qué clase de amor es el que el Padre nos ha dado y que se nos exhorta a contemplar? ¿Es un amor ocasionado por nuestra extrema necesidad? Somos demasiado propensos a suponer, precipitada y un tanto egoístamente, que el carácter especial del amor del Padre fluye del hecho de que nosotros –pecadores e indignos de la gracia divina– hemos sido hechos capaces de estar ante él en la relación de hijos amados. Si este es nuestro único punto de vista acerca de su amor, tal vez aprenderemos un poco sobre sus vertiginosas profundidades, pero nos perderemos por completo sus alturas invisibles, así como su longitud y amplitud ilimitadas.

No, el amor recibe su cualidad primordial de parte de Aquel que ama, más que de los amados. Nuestra mayor alegría, por tanto, no es que seamos objetos del amor divino, aunque nunca debemos olvidar el amor que nos hizo hijos de Dios. Nos alegramos, no solo en el amor que es de Dios, sino en el Dios que es amor. Él nos ama como solo el Dios de amor puede amar. Además, en una intimidad aún más profunda, bendecimos al Padre, no solamente porque seamos amados por Él él, sino porque el Padre mismo nos ama.

Podemos preguntarnos si realmente entendemos “qué clase de amor” (1 Jn. 3:1 NBLA Marg.) es el amor del Padre. Hablamos entre nosotros de su amor, cantamos acerca de ese amor y nos regocijamos en ese amor, pero ¿qué sabemos de la extensión y la forma de ese amor? Nosotros, que hemos sido engendrados por Dios, no debemos sentirnos desconcertados por el amor del Padre. Su grandeza está más allá de nuestra comprensión, pero su belleza y dulzura no están más allá de nuestra contemplación y agrado, pues contemplamos cuán bendito es que el nombre del Padre se revele en el suave resplandor del Hijo. En el Hijo aprendemos el amor del Padre.

W. J. Hocking

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