Prosigo a la meta, al premio del supremo llamamiento de Dios en Cristo Jesús
En Filipenses 3, el creyente es visto como dejando atrás este mundo donde Cristo está ausente, y continuando su viaje hacia aquel mundo mejor donde Cristo ha ido. Se le ve caminando por esa senda que lleva al cielo, con el corazón tan absorto en Cristo en la gloria que considera como “basura” todas las cosas en las que se gloría la carne. Su mente está tan fija en las cosas de arriba que se olvida de lo que queda atrás. Este es el hermoso cuadro que ofrece este capítulo y que se ilustra con la vida del apóstol Pablo. Puede que respondamos débilmente a este modelo, pero siempre podemos apreciar su belleza y tratar de conocer su bendición.
“Gozaos en el Señor” es la exhortación que abre este capítulo y que revela el secreto del camino que tenemos por delante. No se trata simplemente de alegrarnos por las bendiciones que hemos recibido. No, aquí se nos exhorta a gozarnos en Aquel por quien hemos recibido tales bendiciones. A través de estas bendiciones nos acercamos al que las concede, y descubrimos que él es más grande que todas las bendiciones. Cuando discernimos lo atractivo del Dador, entonces nuestros pasos se fortalecen en el camino que nos conduce a donde él ha ido. Aquel en quien nos regocijamos es Aquel a quien nos dirigimos.
Si nos gozamos en el Señor, entonces también sabremos un poco mejor lo que significa seguirlo de cerca. A menudo obstaculizamos nuestro gozo en el Señor buscando el gozo en nosotros mismos, en nuestros hermanos o en nuestro entorno. El creyente que está fortalecido divinamente es aquel que se alegra en el Señor, quien nunca cambia. Esta fue la bendita experiencia del apóstol Pablo. Sus pies iban en pos de los anhelos de su corazón. De este modo, a través de todas las circunstancias de su vida, frente a toda la oposición del Enemigo, y a pesar de todas las deficiencias del pueblo de Dios, el apóstol prosiguió su camino, buscando alcanzar la meta y obtener el premio.
Hamilton Smith