Tomaron, pues, a Jesús, y le llevaron. Y Él, cargando su cruz, salió al lugar llamado de la Calavera, y en hebreo, Gólgota; y allí le crucificaron.
Lo crucificaron en el Gólgota, el lugar de la Calavera. ¿Acaso esto no dice algo a nuestras almas? Seguramente que sí. ¿Acaso una calavera no nos habla del orgullo, la grandeza y la gloria del hombre reducidos a la nada? Una calavera es en lo que se convierte el hombre, cuyo elevado orgullo desafía tanto a Dios como a su prójimo.
¡Qué historia cuenta ella acerca de la total impotencia del hombre! El Señor de la gloria fue crucificado en el lugar de la Calavera. ¡Qué inefablemente solemne!
Deja que esto hable a su conciencia. Póngase cara a cara con el terrible hecho de la muerte del Hijo de Dios en el lugar que habla de todo el orgullo y la gloria del hombre abatido. Mírelo y deje que le hable. Sus pecados lo llevaron allí. Para suplir su profunda necesidad, él se dignó a morir allí.
“Cristo, cuando aún éramos débiles, a su tiempo murió por los impíos” (Ro. 5:6). ¿Existe algo que exprese de mejor forma la impotencia del hombre que un cráneo blanqueado y vacío? ¿Puede haber algo que demuestre mejor su impiedad que la crucifixión del Hijo de Dios? Estas dos cosas se encuentran en el Gólgota: la total incapacidad del hombre para cumplir la ley, y su terrible odio hacia Aquel de quién provenía aquella ley. La impotencia total del hombre solo pudo ser fue igualada por la enormidad de su pecado y su vergüenza. Es la completa revelación de toda la condición del hombre como pecador.
La pregunta es: ¿Hay algún remedio? ¿Hay alguna puerta de escape? Gracias a Dios, la hay. Se trata del remedio de Dios, un remedio que estaba disponible incluso para quienes crucificaron a Cristo, si creían en su nombre. Este es el remedio –el único remedio– que usted necesita. Ese Salvador levantado en el Gólgota es el remedio de Dios para los que no tienen fuerza y son impíos. ¿Es esa Su condición? Entonces aquí tiene el remedio divino.
A. H. Rule