Examíname, oh Dios, y conoce mi corazón; pruébame y conoce mis pensamientos; y ve si hay en mí camino de perversidad, y guíame en el camino eterno.
Después de una bella semana de campamento bíblico, pensamos que sería una buena idea pedir al equipo de consejeros y monitores que evalúen juntos los resultados. Sin saberlo en ese momento, estaba claro que buscábamos elogios y aprobación en lugar de una evaluación real. Así que cuando la apertura y la honestidad prevalecieron, y la eficacia de los programas y métodos utilizados fueron juzgados a la luz de la Palabra, nuestro orgullo desapareció rápidamente: Pocos elogios, algunas críticas y muchas sugerencias para mejorar.
Cuando evaluamos una situación con objetividad, todos nuestros pequeños hábitos, manías (a menudo disfrazadas como convicciones) y nuestras meticulosas fórmulas salen a la luz de la manera más traumática. Esto puede ser realmente terrible, pero es necesario. David, cuya vida no estuvo exenta de pecados y errores, y que escribió el salmo 139, solía hacer este tipo de autoevaluación. El autor del salmo 119 escribió algo similar: "Consideré mis caminos, y volví mis pies a tus testimonios" (Sal. 119:59-60).
Para hacer esta evaluación necesitamos la Palabra y la presencia de Dios –el verdadero conocimiento de Dios. Necesitamos desenmascarar nuestra conducta, pensamientos y motivaciones, y reconocer nuestro pecado. Esta es una verdadera evaluación propia –y duele. Pero es un dolor saludable si tiene el mismo efecto que tuvo en David. Examinándose a sí mismo, David se dirigió entonces a la Palabra de Dios en busca de corrección. Sin embargo, ¡qué lástima que alguien continúe autoevaluándose cuando ya es tiempo de ir hacia adelante! Pronto comenzará a preocuparse más de los males que de los remedios. Así que no pasemos más tiempo del necesario examinándonos a nosotros mismos, y miremos hacia arriba.
En otro salmo de David hallamos palabras similares: “Crea en mí, oh Dios, un corazón limpio, y renueva un espíritu recto dentro de mí… Vuélveme el gozo de tu salvación” (Sal. 51:10, 12).
Grant W. Steidl