Aquel Verbo fue hecho carne, y habitó entre nosotros (y vimos su gloria, gloria como del unigénito del Padre), lleno de gracia y de verdad.
Cuando el piadoso y anciano Simeón tomó al niño Jesús en sus brazos, dijo: “Han visto mis ojos tu salvación, la cual has preparado en presencia de todos los pueblos; luz para revelación a los gentiles, y gloria de tu pueblo Israel” (Lc. 2:30-32).
Cuando Juan el Bautista vio al Señor, exclamó: “He aquí el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo” (Jn. 1:29).
Andrés dijo: “Hemos hallado al Mesías (que traducido es, el Cristo)” (v. 41), y Felipe dijo de forma similar: “Hemos hallado a aquel de quien escribió Moisés en la ley… a Jesús” (v. 45).
Una mujer samaritana dijo: “Venid, ved a un hombre que me ha dicho todo cuanto he hecho. ¿No será este el Cristo?” (Jn. 4:29).
Pedro, como portavoz de los discípulos, dijo a Jesús: “Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna... tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente” (Jn. 6:68-69). Cuando le preguntaron quién lo había sanado, el ciego, que ahora veía, respondió: “Aquel hombre que se llama Jesús”, “que es Profeta”, “de Dios”. Entonces creyó en él, y dijo: “Creo, Señor” (Jn. 9:11, 17, 33, 36-38).
El centurión junto a la cruz “dio gloria a Dios, diciendo: Verdaderamente este Hombre era justo” (Lc. 23:47). “Verdaderamente este hombre era Hijo de Dios” (Mr. 15:39). Al ver a Jesús resucitado y las heridas en su cuerpo, Tomás adoró al Señor, diciendo: “¡Señor mío, y Dios mío!” (Jn. 20:28).
Desde su nacimiento; a lo largo de su vida de gracia y verdad; en su arresto; cuando fue falsamente acusado; en su terrible e injusta muerte por crucifixión; y en su resurrección, las glorias de Dios (siendo el mismo Jesús, Dios eterno por los siglos) brillaron para aquellos que tenían un ojo y un corazón abiertos para verlas. Nuestros corazones arderán si nos ocupamos en su Persona, y esto nos dará el deseo de conducir a otros a nuestro glorioso Señor, nuestro Dios Salvador.
Albert Blok