¿Por qué buscáis entre los muertos al que vive?
Resucitado, el Señor irrumpe cargado del pleno fruto de su total victoria sobre el poder del enemigo. El período anterior había sido la hora del hombre y la potestad de las tinieblas (Lc. 22:53), la hora en la que Satanás desplegó toda su fuerza. Pero cuando los hombres y Satanás obraron con orgullo, el Señor estaba por encima de ellos; y este es nuestro consuelo. Sabemos que el enemigo fue derrotado cuando se presentó con toda su fuerza y orgullo.
La resurrección del Señor Jesús fue la segunda “mañana” en la historia de la creación. Cuando se pusieron los cimientos de la antigua creación, las estrellas del alba cantaron juntas (Job 38:7). Pero esta obra se estropeó. Adán fue engañado y, a causa de su pecado, todo lo que Dios le había confiado (véase Gn. 1:28) lo abandonó en manos de Satanás, el cual usurpa esta autoridad; como consecuencia la muerte entró en el mundo (Ro. 5:12).
Sin embargo, el Hijo de Dios también entró en escena: Tomó sobre sí mismo la culpa y la muerte que nosotros merecíamos. Así, la fe ve la tumba de Jesús como el fin de la vieja creación, y su resurrección como la mañana de una nueva y más gloriosa creación. Es el fundamento de un reino que permanece. Jesús resucitado, el Segundo hombre (1 Co. 15:47), recibirá este reino, y no lo entregará, como Adán, en manos del Enemigo; sino que, en el momento estipulado, lo entregará sin mancha en las manos de Dios Padre (1 Co. 15:24).
¡Qué satisfactorio y alentador es ver al Señor deshaciendo de esta forma todo el daño causado por la rebelión del primer hombre! ¡Qué bendición poder contemplar cómo reparó la brecha conforme a la justicia de Dios! ¿Y quién puede expresar la gloria de aquel momento en el que la misericordia y la verdad se encontraron? ¿Quién puede entender las inescrutables riquezas de la sabiduría y del conocimiento de Dios en tal misterio? Y en esto él se manifiesta a sí mismo. Dios se revela en la obra de la gracia y en sus frutos de gloria, para que así podamos conocerlo, y seamos felices con la certeza de su amor por medio de Jesús.
J. G. Bellett