El pueblo asentado en tinieblas vio gran luz; y a los asentados en región de sombra de muerte, luz les resplandeció.
Después de la tentación en el desierto, el Señor Jesús dejó Nazaret y se dirigió a Capernaum, un pueblo de pescadores en Galilea. Capernaum se convertiría en el centro de operaciones del Señor a lo largo de su ministerio. Mateo señala su llegada allí con una cita del profeta Isaías (véase Is. 9:1-2). Esta región de Galilea se encontraba dentro de las fronteras del antiguo Israel, pero la población (en la época de Cristo) estaba formada tanto por gentiles como por judíos. Debido a esta mezcla y a la pobreza general de la región, estos judíos eran muy despreciados por la élite religiosa de Jerusalén y Judea. ¡Pero el ministerio de Cristo se focalizó especialmente en Galilea!
Es interesante que Isaías mencione que el pueblo de Galilea “andaba en tinieblas”, pero en la cita de Mateo leemos que el pueblo estaba “asentado” en la oscuridad (cf. Is. 9:2; Mt. 4:16). Era evidente que las cosas se habían deteriorado desde los días de Isaías, así que el pueblo estaba resignado a esta triste condición. Sin embargo, una gran luz resplandeció sobre estas personas. Aquel que es el «resplandor de la gloria de Dios» (He. 1:3) brilló sobre una tierra oscura y sumida en la ignorancia. Allí anunció el evangelio, sanó a los enfermos, expulsó a los demonios y alimentó a los pobres (Mt. 4:23). Él es la Luz verdadera y la Luz del mundo (Jn. 1:9; 8:12).
Solo Mateo describe a Cristo como siendo una “gran luz”. Sorprendentemente, en el relato de la transfiguración, solo en Mateo leemos que “resplandeció su rostro como el sol” (Mt. 17:2). ¿Hemos dejado que esta Luz brille en cada rincón de nuestro corazón? ¿Hay zonas que hemos cerrado a la exposición de esta Luz? Es triste leer lo que Jesús le dijo a Nicodemo: “la luz vino al mundo, y los hombres amaron más las tinieblas que la luz, porque sus obras eran malas” (Jn. 3:19).
Brian Reynolds