Los he llamado amigos, porque les he dado a conocer todo lo que he oído de mi Padre.
(Juan 15:15 NBLA)
Muchos cristianos saben de qué han sido redimidos, pero no han entendido para qué. Les basta con estar seguros de su salvación en Cristo. Pero ¿no deberían tener el objetivo de conocer también todas las consecuencias implicadas? No solo debemos saber que hemos sido hechos aptos para estar en la Casa del Padre, sino que también debemos regocijarnos en todos los privilegios que son parte de nuestra gloriosa posición actual (véase 2 P. 1:3-4).
Según sus planes de amor, Dios nos ha dado un futuro en la gloria de Cristo y de la Iglesia. Un estudio de estos planes llenará nuestros corazones, para que así nuestros pensamientos se armonicen con los suyos. Y esta es precisamente una de las intenciones de Dios al darnos la profecía. Nos la ha dado porque somos sus amigos y quiere compartirnos sus sentimientos (Jn. 15:15; Ef. 1:9; Gn. 18:17).
¿Podría habernos dado una mayor prueba de su amor y confianza? El corazón humano necesita un propósito. Una persona no puede actuar pensando en el futuro si su corazón no medita en él. Y si no tenemos ante nuestros ojos lo que Dios nos presenta, entonces otra cosa ocupará nuestros pensamientos y caracterizará toda nuestra vida.
Si el corazón del cristiano está lleno de los pensamientos de Dios acerca del futuro, y si entiende que la Iglesia está llamada a participar de la gloria celestial, ¿cuál será el resultado? Pues el único posible: Vivirá como extranjero y peregrino. Pero, cuando un cristiano no se ocupa del porvenir, sus pensamientos estarán en el presente y su visión de la vida se limitará a eso. Buscará la felicidad en las cosas terrenales. ¡Cuántos cristianos, en lugar de esforzarse por ganar almas para la eternidad, gastan todas sus fuerzas en tratar de mejorar este mundo! ¡Un mundo que demostró su total corrupción cuando rechazó al Hijo de Dios!
H. L. Heijkoop