Este será grande, y será llamado Hijo del Altísimo; y el Señor Dios le dará el trono de David su padre; y reinará sobre la casa de Jacob para siempre, y su reino no tendrá fin.
El ángel Gabriel fue enviado a Nazaret con un mensaje para una joven virgen; María iba a concebir un hijo que sería llamado Jesús. Tras este anuncio inicial, Gabriel le reveló a María que Aquel que nacería iba a ser “grande”–y sería llamado “Hijo del Altísimo”. “Grande” porque sería a la vez Hijo de Dios e Hijo de David.
No debemos perder de vista la importancia de que el Señor Jesús es rey. No es precisamente el rey de los cristianos o de la Iglesia: es nuestro Señor y la Cabeza de la Iglesia. Es rey en relación con los judíos, “la casa de Jacob”. Cinco siglos antes de su visita a María, el ángel Gabriel fue enviado al profeta Daniel, a quien le dijo que el “Mesías Príncipe” vendría para “sellar la visión y la profecía” (Dn. 9:24). Esto significaba que él cumpliría todo lo que los profetas habían predicho en relación con el reino. Sin embargo, antes de que esto sucediera, tenía que cumplirse otra cosa: “se quitará la vida al Mesías” (Dn. 9:26). ¡Sí, el rey sería ejecutado!
Cuando los romanos crucificaban a los criminales, solían clavar un título en la cruz para indicar cuál era el crimen que se había cometido. La cruz de Cristo llevaba esta inscripción: “Jesús Nazareno, rey de los judíos”. Los líderes religiosos del pueblo le pidieron a Pilato que cambiara la inscripción, pero Pilato les respondió: “Lo que he escrito, he escrito” (Jn. 19:19-22). Jesús era verdaderamente el rey de los judíos, el “León de la tribu de Judá” (Ap 5:5), y este fue el motivo de su crucifixión. En un día venidero, él será “rey sobre toda la tierra” (Zac. 14:9).
Hoy, en este día del Señor, ¡recordemos que este gran Rey es nuestro Señor y Salvador, quien nos amó y murió por nosotros!
Brian Reynolds