Dios… nos salvó y llamó con llamamiento santo, no conforme a nuestras obras, sino según el propósito suyo y la gracia que nos fue dada en Cristo Jesús antes de los tiempos de los siglos.
La historia de Saulo de Tarso, que fue llamado por el Señor desde el cielo, es muy impresionante e instructiva. Lo que le ocurrió a este hombre se convirtió en un modelo o ejemplo de todos los que están llamados a salvarse, como él mismo lo explicó más adelante (1 Ti. 1:16). A Saulo, que se convirtió en el apóstol Pablo, le encantaba contar su testimonio. Lo hacía cada vez que estaba ante una audiencia diferente. ¿Somos capaces de relatar nuestra conversión? No debemos hacerlo para presumir o buscar nuestra propia gloria, sino para presentar a Cristo en el cielo, quien nos “llamó con llamamiento santo”.
Este llamamiento implicaba que Dios iba a apartar a Saulo del pueblo de Israel, pues ellos habían rechazado a su Mesías. No significa que dejó de ser judío; del mismo modo, continuó siendo ciudadano romano. Pero por este llamamiento, Dios lo apartó del mundo político y cultural. Al mismo tiempo, Dios lo envió tanto a judíos como a gentiles (Hch. 26:17). ¿Cómo Dios pudo mostrar misericordia a Saulo, quien era blasfemo y perseguidor? Pablo mismo nos da la respuesta: “Fui recibido a misericordia porque lo hice por ignorancia, en incredulidad” (1 Ti. 1:13). Israel estaba bajo el juicio de Dios, culpable del pecado colectivo de blasfemar contra el Espíritu Santo (Mt. 12:31), pero Dios aún podía llegar a judíos de forma individual, quienes no habían estado involucrados en esa blasfemia.
Sin embargo, el problema inicial de Saulo fue que se había identificado con el rechazo de la nación a su Mesías. Si su endurecimiento hubiera continuado, habría corrido el riesgo de alcanzar el punto de no retorno. Pero antes de que esto sucediera, Dios intervino y lo llamó con llamamiento santo. ¡Qué maravilla! A partir de entonces, Pablo se identificó con un pueblo nuevo, formado por personas sacadas de entre los judíos y los gentiles, que son aceptos “en Cristo Jesús”, y llamados conforme al propósito de Dios. ¡Alabado sea Dios!
Alfred E. Bouter