El Señor Está Cerca

Viernes
24
Marzo

Sobrevino de repente un gran terremoto, de tal manera que los cimientos de la cárcel se sacudían; y al instante se abrieron todas las puertas, y las cadenas de todos se soltaron.

(Hechos 16:26)

La gracia de Dios en la salvación del carcelero

Si Pablo no hubiese estado en plena comunión con el pensamiento y el corazón de Cristo, seguramente se habría dirigido a Silas y le habría dicho: «Ha llegado la hora de escaparnos. Dios nos dejó una puerta abierta». Pero no, Pablo lo sabía bien. Estaba totalmente inmerso en la corriente de los pensamientos de su bendito Maestro, y en completa armonía con su corazón. Por eso no hizo ningún intento por escapar. La verdad lo llevó a la cárcel; la gracia lo mantuvo allí; la providencia le abrió la puerta; pero la fe se negó a huir.

“Despertando el carcelero, y viendo abiertas las puertas de la cárcel, sacó la espada y se iba a matar” (v. 27). El terremoto, con todo lo que provocó, no había siquiera tocado el corazón del carcelero. Así el diablo condujo a este pecador endurecido hasta el borde del precipicio, y estaba a punto de dar el empujón final y fatal que lo llevaría a las eternas llamas del infierno, cuando una voz de amor sonó en sus oídos: “No te hagas ningún mal” (v. 28). Esto era irresistible. Un pecador endurecido podía enfrentar un terremoto, incluso podía enfrentar la muerte; pero no pudo resistir el inmenso, tierno y quebrantador poder del amor. “Pidiendo luz… dijo: Señores, ¿qué debo hacer para ser salvo?” (vv. 29-30). Tal es la rica y preciosa gracia de Dios. Brilla, en esta escena, con extraordinario fulgor, pues se complace en tomar pecadores endurecidos para conquistar sus duros corazones, e introducirlos en el pleno fulgor de una salvación completa. Sí, Dios tiene su manera de hacer las cosas, ¡bendito sea su nombre! Y cuando él salva a un miserable pecador, lo hace de una manera tal que demuestra plenamente que todo su corazón está involucrado en esa obra.

¡Qué eterna pérdida habría sido si Pablo hubiese salido por aquella puerta abierta! ¡Qué magnífico triunfo! Todos los que confían en el Señor y siguen la corriente de sus pensamientos, sin duda compartirán los triunfos de su gracia ahora, y brillarán en el resplandor de su gloria para siempre.

C. H. Mackintosh

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