El Señor Está Cerca

Sábado
18
Marzo

¡Jamás hombre alguno ha hablado como este hombre!

(Juan 7:46)

Las palabras del Señor Jesús

Estas palabras fueron pronunciadas por los guardias de Jerusalén que habían sido enviados por los jefes de los sacerdotes y los fariseos para arrestar al Señor y llevarlo ante ellos, pero volvieron sin el prisionero, y esto fue lo que dijeron para excusarse. Cuando los oficiales salieron del sanedrín para ir en busca de Cristo, ellos iban cargados de un ciego prejuicio en su contra. Su impresión fue que los hombres más santos y grandiosos del templo y la ciudad pensaban que Jesús de Nazaret era un fraude.

Para los fariseos, él era un blasfemo. Lo habían acusado de echar demonios por Beelzebú, el príncipe de los demonios. Le asignaban el nombre más despectivo que encontraban y lo acusaban de esconder los motivos más viles que se les ocurrían. Este fue el ambiente en el vivían estos oficiales.

Teniendo esto en consideración, ¿por qué se vieron tan impotentes al momento de capturar al Señor? ¿Qué pudo cambiar tan radicalmente su actitud, al punto de que se atrevieron a volver sin el Hombre al que debían arrestar? ¿Qué excusa tenían? Lo que los cambió fueron las palabras del Señor Jesús, y su única excusa fue: “¡Jamás hombre alguno ha hablado como este hombre!”.

Ese día, aquellos oficiales habían oído decir a Jesús: “Si alguno tiene sed, venga a mí y beba. El que cree en mí, como dice la Escritura, de su interior correrán ríos de agua viva” (Jn. 7:37-38). Si fuera solo un hombre, estas palabras serían una gran blasfemia. Pero, en realidad, estas palabras traían consigo la simple convicción que causa la verdad, de modo que, sin el menor esfuerzo, nuestros corazones se postran ante esta bendita declaración. ¡Piensa en Aquel que es capaz de saciar la sed de cualquier hombre, independientemente de cuál sea su ubicación! Allí estaba este forastero de Galilea, este “carpintero” de Nazaret, exclamando que podía saciar los deseos más profundos de las almas de los hombres. ¡Qué declaración tan extraordinaria! ¡Oh, estas promesas provienen de Dios mismo! Sin duda alguna, jamás hombre alguno habló como este Hombre.

L. Sheldrake

arrow_upward Arriba