El Señor Está Cerca

Viernes
10
Marzo

Lo que es nacido de la carne, carne es; y lo que es nacido del Espíritu, espíritu es.

(Juan 3:6)

La vida divina en el creyente

Todo hijo de Dios ha sido hecho partícipe de la naturaleza divina mediante el nuevo nacimiento. Esta nueva naturaleza, implantada en el creyente, es un acto soberano de Dios por su Espíritu y a través de la Palabra. Así como recibimos la naturaleza caída por medio del nacimiento natural, de la misma forma participamos de la naturaleza de Dios a través del nuevo nacimiento.

Esta nueva naturaleza dada al creyente está ligada inseparablemente a la persona de Cristo, que es su fuente. Esta vida divina posee las mismas cualidades y características tanto en el creyente como en Cristo, con las mismas aspiraciones y gustos, y solo puede tener libertad cuando actúa en el creyente de la misma manera que lo hizo en Cristo cuando estuvo en la tierra. Algunos dirán que actualmente vivimos en un contexto muy diferente al que había cuando Cristo estuvo en la tierra. Obviamente que esto es cierto cuando se trata de las comodidades e inventos modernos, pero la naturaleza y las relaciones humanas no han cambiado, y fue en ellas donde se manifestó la naturaleza divina de Cristo.

Sin esta naturaleza divina, no es posible poseer una felicidad permanente. La vida divina se caracteriza esencialmente por la santidad y el amor, y halla su perfecta realización cuando sirve útilmente a Dios y a los hombres. El creyente puede ser feliz solo cuando vive este tipo de vida. También tiene al Espíritu Santo morando en él para fortalecer y desarrollar esta nueva naturaleza. Cuando nos alimentamos de la Palabra de Dios con un corazón obediente y un espíritu de oración, el Espíritu Santo tomará las cosas de Cristo y nos las dará a conocer (Jn. 16:14).

La nueva naturaleza en el creyente se deleita en Dios y en su voluntad para con el hombre. Esta naturaleza divina en el creyente coincide con la voluntad de Dios, ya que ambas provienen de la misma fuente. Cuando el hijo de Dios permite que su naturaleza divina se desarrolle y sea activa y fuerte, entonces habrá verdadera felicidad.

E. C. Hadley

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