Llamó Faraón el nombre de José, Zafnat-panea.
Los magos y sabios de Egipto no pudieron revelar ni interpretar los sueños de Faraón. Fue en ese momento que el jefe de los coperos se acordó de José y se lo mencionó a Faraón, quien lo hizo venir desde la prisión. Entonces reveló el sueño de Faraón: Vendrían siete años de abundancia, seguidos de siete años de hambre. Ante tal revelación, Faraón le dio un nuevo nombre a José: Zafnat-panea, que significa, Revelador de secretos.
El Señor Jesucristo es el verdadero Revelador de secretos. La mujer samaritana experimentó esto con asombro. El Señor se encontraba con ella por primera vez y, sin embargo, le dijo: “Cinco maridos has tenido, y el que ahora tienes no es tu marido” (Jn. 4:18).
¡Él conocía toda su historia moral! Entonces ella creyó en él y fue a la ciudad a testificar: “Venid, ved a un hombre que me ha dicho todo cuanto he hecho. ¿No será este el Cristo?” (Jn. 4:29). Muchos creyeron en él gracias al testimonio de la mujer. Cuando se trata del Señor, no tenemos secretos para él, pues “todas las cosas están desnudas y abiertas a los ojos de aquel a quien tenemos que dar cuenta” (He. 4:13).
Al hablar del evangelio, Pablo le dijo a los gálatas: “Yo ni lo recibí ni lo aprendí de hombre alguno, sino por revelación de Jesucristo” (Gá. 1:12). El Señor se le revelo a Pablo en el camino a Damasco, y luego le reveló el evangelio que debía predicar. Es el evangelio de las “inescrutables riquezas de Cristo” (Ef. 3:8). ¡Qué maravillosa revelación!
Pronto habrá un tribunal en el que el Señor “aclarará también lo oculto de las tinieblas, y manifestará las intenciones de los corazones; y entonces cada uno recibirá su alabanza de Dios” (1 Co. 4:5). Esto es algo muy solemne en lo que debemos meditar. Lo que ahora nos ocultamos unos a otros se revelará en aquel día, sea bueno o sea malo. Oremos como David: “Líbrame de los [errores] que me son ocultos” (Sal. 19:12).
Richard A. Barnett