El Señor Está Cerca

Viernes
3
Marzo

Voz que clama en el desierto: Preparad camino a Jehová; enderezad calzada en la soledad a nuestro Dios.

(Isaías 40:3)

Juan el Bautista

Los cuatro evangelistas mencionan estas palabras de Juan el Bautista, porque él comenzó el ministerio del cual ellas hablan. Pablo, predicando a Jesús como Salvador, dijo que “antes de su venida, predicó Juan el bautismo de arrepentimiento a todo el pueblo de Israel” (Hch. 13:24). El Señor Jesús lo honró diciendo que fue “más excelente que un profeta” (Lc. 7:26 JND) y lo llamó una “antorcha que ardía y alumbraba” (Jn. 5:35).

Sin embargo, por más extraordinario que fue Juan, él no atrajo la atención a sí mismo. Cuando le preguntaron: “Tú, ¿quién eres?”, “confesó, y no negó, sino confesó: Yo no soy el Cristo” (Jn. 1:19-20). Se presentó a sí mismo como menor que el más pequeño de los siervos de su Maestro (v. 27). Dirigía a las personas a Jesús (vv. 29, 36), sin pretender para sí otra condición que no fuese la que Dios le había dado: Precursor, testigo, y amigo del Esposo. Dijo: “Es necesario que él crezca, pero que yo mengüe” (Jn. 3:28-30).

¿Y qué hay de la Persona que Juan anunció? Las palabras de Isaías son una prueba irrefutable de que Jesús es Jehová: el Dios Eterno, el Dios del pacto, el Dios de Israel (Éx. 6:1-8). Sin embargo, también es el siervo de Jehová, denominado como tal en dos ocasiones por el profeta Isaías (Is. 42:1; 52:13). Pero ¿cómo puede el Señor Jesús ser Jehová y, al mismo tiempo, el siervo de Jehová?

La respuesta yace en su encarnación. Siendo Dios, él es Jehová junto con el Padre y el Espíritu Santo. Al encarnarse, tomó la obligación que Israel no pudo cumplir como siervo de Jehová. La encarnación apela a la fe, no a la explicación; a la adoración, no a la investigación (véase Mt. 11:17). ¡Alabado sea Dios! El Señor Jesús pudo glorificarlo por nosotros en la cruz. En respuesta a ello, ¡que nuestras vidas sean caminos rectos para él en el desierto de este mundo, el cual lo rechaza!

Simon Attwood

arrow_upward Arriba