Mas a Dios gracias, el cual nos lleva siempre en triunfo en Cristo Jesús, y por medio de nosotros manifiesta en todo lugar el olor de su conocimiento.
El mejor testigo de Dios en este mundo es aquel cuya vida es como la de Cristo, tanto en espíritu como en conducta. Se puede considerar al vidrio como resplandeciente de belleza hasta que vemos el fascinante resplandor de un diamante; así, cuando contemplamos a nuestro Señor en toda su gloria, estamos dispuestos a exclamar “Todo Él, deseable” (Cnt. 5:16 NBLA).
En Marcos 3:14 vemos al Señor Jesús escogiendo a doce de sus discípulos, a quienes llamó apóstoles, para que estuvieran con él y para enviarlos a predicar. Hechos 4:13 nos muestra el efecto producido por esto: los líderes y ancianos reconocieron que Pedro y Juan habían estado con Jesús. Estos dos hombres de Dios llevaban consigo la fragancia de Aquel en cuya presencia habitaban. En cuanto a nosotros, el secreto de tal testimonio lo hallamos en una palabra que aparece tres veces en el Nuevo Testamento: la palabra traducida «transfigurado» (Mt. 17:2) o «transformado» (Ro. 12:2; 2 Co. 3:18). El primer pasaje nos muestra el modelo a cuya imagen somos transformados; el segundo, el principio por el cual somos transformados; y el tercero, el poder por el cual somos transformados. Es esta transformación la que produce el buen olor.
Hace muchos años, se elaboró en Japón un perfume para uso exclusivo de la realeza. Nadie más podía usarlo, y su olor fragante era prueba clara de la presencia de un visitante de la realeza. Nuestro Señor no solo prometió visitarnos, sino también permanecer con nosotros. ¿Exhalamos diariamente el buen olor de su presencia?
Hay otra cosa que haríamos bien en considerar: Un perfume es el mismo en todas los lugares. Una rosa huele tan bien en la cocina como en el salón de estar; en el trabajo como en la reunión de oración; y en el patio de recreo como en el santuario. ¡Que el deseo del corazón de cada hijo de Dios sea siempre exhalar la fragancia de Cristo!
H. Durbanville