Todos nosotros nos descarriamos como ovejas, cada cual se apartó por su camino… como cordero fue llevado al matadero; y como oveja delante de sus trasquiladores, enmudeció, y no abrió su boca.
Cuando el Señor Jesús vino a los suyos, hace casi 2.000 años, “los suyos no le recibieron” (Jn. 1:11). Eran “el pueblo de su prado, y ovejas de su mano” (Sal. 95:7), pero no reconocieron al Buen Pastor, aun cuando vino conforme a la profecía (Jn. 10:2-3, 11) y con gracia admirable. Ellos eran como ovejas descarriadas, cada una empeñada en seguir sus propios intereses.
¡Qué contraste con “Jesucristo hombre, el cual se dio a sí mismo en rescate por todos” (1 Ti. 2:5-6)! Una sola imagen no puede expresar toda su gloria y belleza: El pastor abnegado –tan diferente al asalariado (Jn. 10:11-13); tan diferente a las ovejas, las cuales solo deben complacer a Aquel que las conoce y ama. No se extravió del camino porque obedeció hasta la muerte. No protestó, aun cuando esta devoción lo llevó a la mayor de las vergüenzas.
Pronto llegará el día en el que los judíos arrepentidos usarán las palabras de Isaías 53 para confesar su culpa por haberlo rechazado (Zac. 12:10-14). Pero incluso ahora, todos los que creen en el evangelio de la gracia –judío o gentil– puede deleitarse con la presentación que hace el profeta concerniente al sufrimiento del Siervo y la virtud de su sacrificio. Pedro les presentó esta profecía a los creyentes judíos de su época: Cristo “llevó él mismo nuestros pecados en su cuerpo sobre el madero… por cuya herida fuisteis sanados. Porque vosotros erais como ovejas descarriadas, pero ahora habéis vuelto al Pastor y Obispo de vuestras almas” (1 P. 2:24-25). Quizás eran pobres, despreciados y perseguidos, pero estos cristianos ya estaban disfrutando lo que su nación experimentará después del tiempo de angustia para Jacob (Jer. 30 - 31). Fue el motivo por el que el etíope eunuco siguió gozoso su camino después de que Felipe, comenzando de la misma escritura, le predicó a Jesús (Hch. 8:3239).
Simon Attwood