El Señor Está Cerca

Día del Señor
12
Febrero

Porque en él habita corporalmente toda la plenitud de la Deidad.

(Colosenses 2:9)

El misterio de la persona del Señor Jesús

Cuando nos tomamos el tiempo de reflexionar sobre la maravillosa verdad que expresa este versículo, nuestros corazones se rinden en alabanza y adoración al Señor Jesucristo, el Hijo eterno del Padre eterno.

La perfección de su humilde humanidad fue percibida por su madre María y por otros que entraron en contacto con él. Sin embargo, durante su crecimiento, su vida fue la vida pacífica de un niño obediente. En todo momento, la realidad de su gloria divina brilló, aunque esta se hallaba velada en tal medida que, generalmente, no atrajo mucho la atención. Todo lo que hizo, en todo momento, fue en perfecta comunión con su Padre. Cuando María lo reprendió a la tierna edad de doce años, él se vio obligado a reprenderla gentilmente: “¿Por qué me buscabais? ¿No sabíais que en los negocios de mi Padre me es necesario estar?” (Lc. 2:49).

¿Cómo es posible que la absoluta divinidad y la verdadera humanidad estén unidas en una sola Persona? Esta es una pregunta que no podemos responder, pues solo Dios puede penetrar en la maravilla de este milagro. Dios se manifestó en carne en el santo Niño que fue puesto en el pesebre de Belén. Toda la plenitud de la Deidad habitó corporalmente en este bendito Niño, y esa misma plenitud morará en él eternamente.

Solo en él tenemos el privilegio de contemplar toda la gloria de Dios. Fue solo cuando tomó un cuerpo que los ángeles tuvieron el privilegio de ver a Dios. “Dios fue manifestado en carne, justificado en el Espíritu, visto de los ángeles, predicado a los gentiles, creído en el mundo, recibido arriba en gloria” (1 Ti. 3:16). Ningún ser creado podrá verlo de una forma diferente a la revelada en la Persona del Hijo. ¿No hallamos total satisfacción al contemplar a este bendito, santo y precioso Señor de gloria, y ver en él al Padre revelado plenamente? Nuestro gozo consiste en adorar a Aquel en quien habita corporalmente toda la gloria de Dios.

L. M. Grant

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