El Señor Está Cerca

Día del Señor
5
Febrero

Vino a él una mujer, con un vaso de alabastro de perfume de gran precio, y lo derramó sobre la cabeza de él, estando sentado a la mesa..

(Mateo 26:7)

Lo que Dios aprecia

En estos días de asiduo trabajo y febril actividad, es necesario recordar que Dios ve todo desde un solo punto de vista: Cristo. Todo lo que se haga por Cristo es precioso para Dios.

¿Cuál era la intención de esta mujer cuando se encaminó a casa de Simón? ¿Era mostrar la fragancia exquisita de su perfume, o el material y la forma de su vaso de alabastro? ¿Era para obtener la alabanza de los hombres por su acto? ¿Era para conseguir un reconocimiento por su devoción extraordinaria a Cristo? No, no era ninguna de estas cosas. ¿Cómo lo sabemos? Lo sabemos porque el Dios Altísimo estaba allí, aquel que conoce los secretos más profundos del corazón y el verdadero motivo de cada acción. Él pesó todo en la balanza del santuario y puso a ello su sello de aprobación. Cristo era el objeto del alma de esta mujer, y esto le dio valor a su acción e hizo subir el olor de su ungüento directamente al trono de Dios. Poco podía imaginar que lo que hizo quedaría grabado en las mismas páginas de la eternidad por la mano del Maestro, pues Aquel a quien le rindió este homenaje se preocupó de que tal acto no pasara al olvido. Ella solo pensó en Cristo, desde el momento en que tomó el vaso de alabastro, hasta que lo quebró y derramó su contenido sobre su santa Persona. Honrarlo en el mismo instante en que el mundo y la potestad de las tinieblas se levantaron contra él, fue el mayor servicio que se le pudo ofrecer. Jesús iba a ser ofrecido en sacrificio. Las sombras se extendieron, la oscuridad se profundizó y la cruz se acercó con todos sus horrores. Esta mujer se anticipó a todo esto, acercándose a él de antemano para ungir el cuerpo de su adorable Señor.

Dios nos conceda la gracia para imitarla en estos días en los que hay tantos esfuerzos puramente humanos. ¡Que nuestras obras, cualesquiera sean estas, fluyan del aprecio al Señor que hay en nuestros corazones!

C. H. Mackintosh

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