Al entrar en una aldea, le salieron al encuentro diez hombres leprosos, los cuales se pararon de lejos y alzaron la voz, diciendo: ¡Jesús, Maestro, ten misericordia de nosotros!
Este incidente tan sorprendente tuvo lugar durante el último viaje de nuestro Señor desde Galilea a Jerusalén. Diez leprosos salieron al encuentro del Salvador cuando entraba a una aldea y, al unísono, alzaron la voz pidiendo misericordia. Nueve eran judíos; uno era samaritano. En circunstancias normales, los nueve habrían rechazado la compañía del décimo, pero una enfermedad común en aquellos días los había impulsado a estar al mismo nivel. El mayor nivelador de todos es el pecado, y la lepra es figura del pecado. Grandes y pequeños, ricos y pobres, religiosos y profanos, todos están en la misma posición delante de Dios. “No hay diferencia, por cuanto todos pecaron, y están destituidos de la gloria de Dios” (Ro. 3:22-23). En respuesta al clamor de los leprosos, el Salvador les dijo: “Id, mostraos a los sacerdotes”. ¿Por qué no puso sobre ellos su mano, tocándolos para sanarlos? Parece ser que quería poner a prueba la confianza de ellos en su palabra. Su reacción fue perfecta. Sin ningún cambio aparente en su cuerpo, dirigieron sus pasos al templo, confiando en que experimentarían la sanación en el camino. “Y aconteció que mientras iban, fueron limpiados” (v. 14).
Dejemos que estos pobres hombres nos den una lección. La confianza en la Palabra divina es lo que más necesitamos en nuestros días. Hoy, influencias poderosas están destruyendo la fe en la Palabra de Dios. Sin embargo, la bendición, como en el caso de los diez leprosos, solo se encuentra en el camino de la fe.
Cuando estos hombres se dan cuenta de que habían sido sanados, el samaritano los dejó atrás y volvió a Jesús, cayendo a sus pies y glorificando a Dios. A sus ojos, los santuarios, las ceremonias y los sacerdotes eran cosas triviales en comparación con el Hijo de Dios. Los otros nueve podían ocuparse de las formalidades religiosas de Jerusalén, pero la felicidad de este samaritano se hallaba a los pies del Salvador.
W. W. Fereday