Creció delante de él como renuevo tierno.
(Isaías 53:2 NBLA)
Ningún labrador jamás ha visto una planta tan excepcional y agradable como Dios la vio contemplando a su Hijo amado. A su alrededor solo había muerte y corrupción, pero en él había vida y santidad. La gloria resplandeciente de Cristo estaba oculta; pero la gloria de la gracia y de la verdad era revelada en su belleza.
¡Qué maravilla que este joven, en un hogar modesto de Nazaret, comiendo comida común, durmiendo en una cama dura y trabajando con sus manos, sea el mismísimo Hijo de Dios! Fue la forma de obrar de Dios. Era el camino de Cristo. Puro y fragante como un lirio entre espinos; de una belleza excepcional que solo Dios puede apreciar; crecía delante de Dios como un renuevo tierno.
Lucas 2:52, menciona otro carácter acerca de la juventud de Cristo: “Jesús crecía en sabiduría y en estatura, y en gracia para con Dios y los hombres”. Su infancia estuvo caracterizada por los bellos pasos de un niño perfecto. La sabiduría de sus palabras aumentaba conforme a su estatura. Siendo joven, no hablaba como un patriarca. Su vida, inmaculada y totalmente hermosa, estaba en concordancia con su edad y circunstancias. Solo Dios, que conocía la gloria que esta humilde apariencia cubría, podía apreciar la senda de simple obediencia por la que él anduvo. Poco se dice en los evangelios acerca de esos 30 tranquilos años. Lo que se nos dice son como ventanas abiertas por un instante para revelar la luz y el encanto que estaban escondidos tras aquella “forma de siervo”.
Incluso el silencio que cubren esos años en Nazaret es la manera perfecta con la cual el Espíritu de Dios nos presenta a Cristo: Sin resplandecimiento de su gloria, sin ninguna demostración de su grandeza mediante milagros. El hogar era humilde, la mesa no era una mesa de rey; pero ahí, desapercibido de todos salvo de Dios, ha crecido la más bella flor que jamás haya embellecido esta tierra.
L. Sheldrake