Yo Daniel miré atentamente en los libros el número de los años de que habló Jehová al profeta Jeremías, que habían de cumplirse las desolaciones de Jerusalén en setenta años. Y volví mi rostro a Dios el Señor, buscándole en oración y ruego, en ayuno, cilicio y ceniza. Y oré a Jehová mi Dios e hice confesión diciendo: Ahora, Señor … hemos pecado, hemos cometido iniquidad, hemos hecho impíamente, y hemos sido rebeldes.
El imperio babilónico acababa de caer. El texto nos sitúa en el primer año del reino de Darío el medo. El fiel Daniel, que había sido llevado cautivo de Judá a Babilonia cuando era joven, ahora es un anciano de unos 80 años. No solamente ora fielmente tres veces al día con su ventana abierta hacia Jerusalén, sino que también lee atentamente la profecía de Jeremías, y se da cuenta que el Señor había dicho que la cautividad duraría 70 años.
Esto lo impulsó a orar: le presentó a Dios una confesión sincera, una súplica intensa en busca de perdón y restauración. Aunque era solo un niño cuando fue llevado cautivo, él se identificó con el pecado, la iniquidad, la maldad, y la rebelión de su pueblo. No solo se identificó con Judá, de donde provenía, sino que confesó como suya la transgresión de “todo Israel” (v. 11). Le recordó al Señor cómo y con qué poder había sacado a su pueblo de la esclavitud en Egipto siglos atrás, y lo justifica por los juicios que hizo caer sobre su pueblo. Pero también le recordó Su carácter misericordioso y perdonador, y le rogó que aparte su ira e indignación de Jerusalén y de su santuario.
El Señor le respondió a Daniel y, además, le reveló el futuro de su ciudad y su pueblo. ¡Oh, qué también hoy podamos ser partícipes de los pensamientos y planes de Dios acerca de su Hijo y su Iglesia!
Eugene P. Vedder, Jr.