Padre, aquellos que me has dado, quiero que donde yo estoy, también ellos estén conmigo, para que vean mi gloria que me has dado; porque me has amado desde antes de la fundación del mundo.
Tres veces en las Escrituras se nos habla de algo que existía desde antes de la fundación del mundo. Esta expresión se utiliza por primera vez en la oración del Señor al Padre en Juan 17. En esta oración vemos al Hijo hablándole al Padre. Esto es antes de la cruz, pero el Hijo pudo hablar de los resultados de su obra, considerándola como ya consumada. “ Yo te he glorificado en la tierra; he acabado la obra que me diste que hiciese” (v. 4). El Hijo glorificó al Padre en esta tierra, este lugar en el universo donde él ha sido deshonrado tan gravemente. Estas palabras no solo hacen referencia a su maravillosa vida de devoción, sino también a su muerte expiatoria.
El Señor entonces miró hacia el futuro, y oró por aquellos que, a través de los siglos, creerían en él por medio de la palabra de los apóstoles. Nosotros, los que hemos creído en estos tiempos, estábamos en su corazón aquella noche, en los momentos previos a la cruz. Pero entonces, a medida que el Señor continua hablando de los resultados de su obra, mencionando que los suyos serían amados por el Padre así como el Padre lo ama a él (¡qué asombroso!), él mira hacia atrás, a la eternidad, y habla del Padre que lo amó a él, el Hijo, desde antes de la fundación del mundo.
Sin duda alguna, incluso si no tuviéramos otra porción similar en las Escrituras, este versículo bastará para confirmar la verdad de que nuestro bendito Señor es el Hijo eterno. Antes de que el universo existiera, el amor estaba allí, y el Padre amaba al Hijo. ¡Que maravilloso que, como resultado de la obra del Hijo de su amor (Col. 1:13 VM), hemos sido hechos cercanos y somos, junto con su Hijo, los objetos del amor del Padre!
Kevin Quartell